martes, 23 de enero de 2018

EL ELEGANTE (21/01/2018)

A pesar de su nombre, no es el bar más bonito de Zaragoza. La elegancia que allí se dispensa – en grandes cantidades, por cierto – no tiene nada que ver con una decoración a la última o un ambiente sofisticado. De hecho, los camareros no llevan pajarita y sueltan juramentos cuando es necesario. La elegancia en “El Elegante” es estrictamente invisible, pero se hace presente desde que uno traspasa la puerta: es elegancia humana de la buena, la que practican los amigos para hacerte sentir como en casa. Y la fórmula funciona, vaya si funciona. ¿Cómo, si no, podría sobrevivir un bar que se inauguró cuando la peor crisis de la historia empezaba a enseñar los dientes, en una calle nada comercial y por alguien que nunca había tenido un establecimiento propio? Si le hubieran preguntado entonces a un asesor de emprendedores, la respuesta habría sido tajante: ni se os ocurra. La suerte es que los protagonistas de esta historia, Antonio e Isabel, no preguntaron, y si lo hicieron, se pasaron el consejo por el forro y se lanzaron a la aventura. Han pasado ocho años y el negocio no ha dejado de crecer. 
La pareja es un equipo bien compenetrado. Isabel prefiere el trabajo discreto mientras que a Antonio le gusta la cercanía con la clientela. “El bar es él”, dice ella, sin ningún empacho en cederle el protagonismo a su compañero. Antonio es singular porque combina cualidades que raramente se dan en la misma persona. Para empezar, su don de gentes – ¡qué bonita expresión nos regala el castellano! – es sencillamente excepcional. En su bar sabe cómo tratar al príncipe y al mendigo, al intelectual y al analfabeto, al tímido y al extrovertido. Tiene siempre la palabra justa, la palabrota, la delicadeza y el chiste, o el silencio cuando la situación lo requiere. Como resultado, “El Elegante” es un bar de parroquianos, una gran familia que se reúne a disfrutar de la mutua compañía convocados por el ingenio, la humanidad y la nobleza de Antonio. 
Suele ocurrir que las personas que destacan extraordinariamente en una faceta de la vida – la empatía y las habilidades sociales en este caso – flaquean llamativamente en otras. Lo emocional y lo cerebral no suelen ir de la mano. Estadísticamente, a Antonio le correspondería tener un instinto empresarial limitado y ser un profesional de la hostelería tirando a mediano. Pero ocurre exactamente lo contrario. En su sector económico, el de los bares pequeños de cercanía, Antonio es una autoridad mundial. Él cree que se lo digo en broma, pero podría pasar el resto de su vida recorriendo el mundo dando conferencias sobre la materia. Bueno, todo eso está muy bien, pero… ¿qué se come y se bebe en “El Elegante”? La cocina de Antonio e Isabel huye de sofisticaciones, tan de moda en estos tiempos. Pinchos y tapas clásicos, del mejor estilo casero. Su tortilla de patatas sólo pudo ser finalista en el último concurso que se organizó en Zaragoza, pero yo lo tengo muy claro: es la mejor de la ciudad con diferencia. Desde que el insigne Toquero las reseñó en las páginas de Heraldo, las venden para llevar con tanto éxito, que la cocina no se apaga en todo el día, tortilla va, tortilla viene. 
Ocho años de singladura dan para mucho. “Lo mejor de todo es que nos lo pasamos muy bien”, confiesa Isabel con una sonrisa que le ilumina el rostro. Porque cada cliente tiene una historia que contar. Trabajadores, jubilados, artistas, políticos de alcurnia, ladrones arrepentidos... Es imposible ir solo una vez. El que acude a “El Elegante”, repite siempre.  

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