sábado, 17 de febrero de 2018

MISS HAWLEY (11/02/2018)

Un paso más. Y después otro. Si vuelvo a levantar la cabeza y sigo viendo la cima en el mismo sitio, creo que no lo voy a soportar. Se está riendo de mí, la muy cabrona. ¡Animo, joder! ¿Qué te creías, que subir un 8.000 era como irse al Pirineo o qué? Controla la respiración, paso, respiración profunda, paso. Muy bien. Llegamos. Por fin. 
No me lo puedo creer. ¿Esto no es la cima? No, claramente esto es la antecima. La cima es aquello de más allá. Las 14:30. Muy tarde. Hay que tomar una decisión, continuar o darse la vuelta. ¡Pero estoy tan cerca! Y tan lejos. El sol se va a toda velocidad y luego está esa parte tan peligrosa que no hemos tenido tiempo de asegurar. Apenas cien metros, pero si resbalas te espera una caída tan larga que puedes repasar la vida en technicolor. Decidido, me doy la vuelta, pero yo a la cima he llegado. Eso lo saben los negros. Estoy a más de 8.000 metros. Objetivo cumplido. Para abajo. El checo que me he cruzado hace un rato… ¿o era polaco? Leit, leit, me decía el tío. ¿Me habrá visto darme la vuelta? Y si no me ha visto, ¿recordará la hora y el lugar en que nos hemos cruzado? No lo quiero ni pensar pero, ¿se lo contará a la vieja? No le llames vieja, imbécil. Un respeto. Llámala Miss Hawley, que es su nombre… 
Este diálogo interior de un montañero imaginario se queda seguramente corto. Pese a haber conocido de cerca a un buen puñado de himalayistas, nunca he sentido la muerte lenta que te acecha al respirar el aire ligero a más de 8.000 metros. He intentado reproducir el miedo, la confusión mental y el desdoblamiento de personalidad tan característicos, pero la realidad es mucho más angustiosa. Nuestro montañero imaginario es un himalayista poco experimentado. Los ochomilistas curtidos saben que por cada cima que se alcanza, se renuncia como mínimo a otra. Aunque estés a cien metros de la cumbre. O a cincuenta. Lo tienes asumido y te ahorras el tener que mentir al mundo. Por ética, por supuesto, pero también por economía de esfuerzos. Además, todo ochomilista curtido sabe que si mientes, Miss Elisabeth Hawley, la notaria del Himalaya, te acabará descubriendo. No porque el checo de turno vaya a delatarte sino porque la Hawley le interrogará a él, a ti, y a las piedras del camino si hace falta, hasta llegar a la verdad. 
Miss Hawley falleció el pasado 26 de enero en Katmandú, a los 94 años. Un personaje legendario del himalayismo que jamás ascendió a una montaña. Durante más de cincuenta años recorrió los hoteles de la capital nepalí en su escarabajo color azul, interrogando a las expediciones que venían a ascender las cumbres más altas del mundo. Cruzando la información obtenida, las fotos y la experiencia de muchos años, sabía quién mentía y quién decía la verdad. Su colosal archivo, The Himalayan Database, es una fuente de información esencial para comprender la historia de este absurdo y maravilloso deporte. 
Tuve la suerte de conocer a Miss Hawley en 2005, cuando acompañé a Carlos Pauner en una de sus expediciones al Everest. Fue algo emocionante. En el hall del hotel Marshyangdi, en Katmandú, sacó su cuaderno de notas e interrogó a Carlos con voz suave. Pauner, con la piel negra por el sol y aspecto semisalvaje después de 40 días al pie de la montaña, se dirigía a la delicada ancianita con respeto reverencial. Con cariño, también, después de tantos años. Seguro que él también ha tenido un recuerdo para ella en estos días. Se fue Miss Hawley. El himalayismo ha perdido parte de su encanto. Que la tierra le sea leve.           

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