sábado, 28 de marzo de 2009

ADAN Y EVA SON INOCENTES (Noviembre 2006)

Una de las habilidades más sobresalientes de la psique humana consiste en saber encontrar siempre razones convincentes que justifiquen cualquier acción que perjudique al prójimo. La responsabilidad, la culpa, no es plato de gusto para nadie. Es como una patata ardiente que nos vamos pasando unos a otros, de generación en generación: mi padre me pegaba, mi madre no me quiso lo suficiente, la sociedad no me acepta...Todas éstas pueden ser razones muy poderosas, desde luego. Incluso pueden disminuir la responsabilidad del que actúa influído por ellas. Es como si el mal se comportara igual que la energía, que no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Las malas acciones del presente no serían sino ecos de otras del pasado que han viajado en el tiempo de padres a hijos, de sociedad en sociedad, de civilización en civilización. ¿Y si una sola mala acción originaria fuera la causante de todas las demás que en el mundo han sido? Sin saber cómo, hemos llegado al libro del Génesis y resulta que encierra una teoría de lo más progresista. No me parece justo, la verdad. Pobres Adán y Eva. En estos tiempos, quizá más que en otros del pasado, es necesario recordar que la responsabilidad individual existe. Recordar, o mejor, reconocer, porque en el fondo todos lo sabemos perfectamente. Yo soy yo y mi circunstancia, sí, y esta circustancia puede ser difícil y disculpar una parte de mi comportamiento. Pero a todos nos queda un margen de elección, de libertad, de responsabilidad. Enorme o diminuto, allá cada cual. Cada día echamos a rodar cientos de pequeñas acciones que darán tumbos por toda la eternidad. ¿Y si fueran buenas y virtuosas? Mi padre fue un tipo estupendo, mi madre me quiso siempre, mi pueblo es un lugar maravilloso...

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