Finalmente, la Ministra de Sanidad ha visto retirado su anteproyecto de ley de Prevención del Alcoholismo. Celebro la noticia. Las intenciones de Elena Salgado son siempre rectas, no tengo ninguna duda de ello, pero casi nunca comparto sus puntos de vista, por demasiado intervencionistas: quiere fabricar un mundo perfecto – en el que probablemente nadie fumaría, bebería o comería bollería industrial – a golpe de decreto-ley.
No soy partidario, y en esto me siento bastante solo, de establecer la edad mínima de consumo de alcohol en los 18 años. Me parece una medida ineficaz por su difícil aplicación, poco educativa porque infantiliza a los jóvenes de 16 y 17 años aplazando injustificadamente su encuentro con las decisiones adultas – el consumo responsable, en este caso - , y como remate, muy poco coherente, porque si el Código Civil permite contraer matrimonio a sujetos de dicha edad, prohibirles beber alcohol suena a tomadura de pelo.
En el fragor de las disputas entre gobierno y bodegueros, pocos mencionan el motivo profundo que empuja a beber en exceso a los adolescentes: el alcohol es un medio de escape ante el temor a afrontar los desafíos de la vida adulta, muy especialmente los relacionados con el sentimiento amoroso y el sexo. A más inseguridad, más alcohol. Enseñar a los jóvenes a administrar sus emociones me parecería una materia escolar tan necesaria como las divisiones con decimales o la pintura de Velázquez. Con permiso de la señora Ministra, creo que sería más eficaz para prevenir el alcoholismo que legislar sobre los horarios de venta o las vallas publicitarias.
No soy partidario, y en esto me siento bastante solo, de establecer la edad mínima de consumo de alcohol en los 18 años. Me parece una medida ineficaz por su difícil aplicación, poco educativa porque infantiliza a los jóvenes de 16 y 17 años aplazando injustificadamente su encuentro con las decisiones adultas – el consumo responsable, en este caso - , y como remate, muy poco coherente, porque si el Código Civil permite contraer matrimonio a sujetos de dicha edad, prohibirles beber alcohol suena a tomadura de pelo.
En el fragor de las disputas entre gobierno y bodegueros, pocos mencionan el motivo profundo que empuja a beber en exceso a los adolescentes: el alcohol es un medio de escape ante el temor a afrontar los desafíos de la vida adulta, muy especialmente los relacionados con el sentimiento amoroso y el sexo. A más inseguridad, más alcohol. Enseñar a los jóvenes a administrar sus emociones me parecería una materia escolar tan necesaria como las divisiones con decimales o la pintura de Velázquez. Con permiso de la señora Ministra, creo que sería más eficaz para prevenir el alcoholismo que legislar sobre los horarios de venta o las vallas publicitarias.
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