Estas navidades recibí un regalo que no he tenido que cambiar, ¡doble alegría!: la serie “Ramón y Cajal”, que emitió Televisión Española a principios de los ochenta, en una elegante caja de tres dvd´s. Verla de nuevo ha sido una experiencia gratificante pero, al mismo tiempo, no he podido esquivar cierta nostalgia. Parece inevitable la comparación con los tiempos actuales. No teman, me resisto al manriqueño “cualquier tiempo pasado fue mejor”: aquellos fueron también los del ridículo planetario en que nos dejó un guardia civil bigotudo, pistola en mano, entrando en el Congreso de los Diputados. Golpes de estado aparte, hay que rendirse a la evidencia: los españolitos de doce años veíamos entonces series de televisión de más calidad, de más trascendencia. Un solo capítulo de cualquiera de ellas equivaldría, en peso intelectual, a doscientos de los actuales. Sin embargo, si hoy se nos ocurriera poner delante de nuestros hijos “Ramón y Cajal, historia de una voluntad”, nos tirarían la pantalla plana a la cabeza. ¿Eramos más inteligentes y cultivados los chicos de ayer? No, sólo más afortunados. La televisión pública, la única que había, todavía no se había convertido en una empresa.
Ramón y Cajal, después de Goya, es la confirmación del genio aragonés. Que de una tierra no demasiado generosa, dura y poco poblada como la nuestra, hayan surgido las dos mayores figuras del arte y la ciencia que la España moderna haya ofrecido al mundo, da mucho que pensar. En Aragón ha sobrado siempre obstinación y nos ha faltado, quizás, algo más de importancia. Como decía Don Santiago para explicar la concesión de su premio Nobel: cuando un aragonés se empeña en hacer algo, que le echen alemanes.
Ramón y Cajal, después de Goya, es la confirmación del genio aragonés. Que de una tierra no demasiado generosa, dura y poco poblada como la nuestra, hayan surgido las dos mayores figuras del arte y la ciencia que la España moderna haya ofrecido al mundo, da mucho que pensar. En Aragón ha sobrado siempre obstinación y nos ha faltado, quizás, algo más de importancia. Como decía Don Santiago para explicar la concesión de su premio Nobel: cuando un aragonés se empeña en hacer algo, que le echen alemanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario