Creo que en España nos hemos convertido todos a la fe de los escépticos. Descreídos y con un gigantesco complejo de culpa colectiva. “Se han perdido los valores. ¿La familia? Destruída. Los americanos no pisaron la luna sino un estudio de la Metro-Goldwyn-Mayer. Nunca se sabrá la verdad sobre..., nos la ocultan. Nos hemos cargado el planeta sin remedio. La política es una gran mentira, nos gobiernan las multinacionales...” La lista de lugares comunes del pesimismo sería inacabable.
Hace unos días, un presentador de televisión, digno hijo de su tiempo, anunciaba de esta manera el comienzo de las rebajas: “Después del desenfreno navideño llegan las rebajas. Todos a comprar cosas que en realidad no necesitamos...” Bueno, ya está bien. Empiezo a estar un poco cansado de este discursito autoflagelante. Señor mío, el desenfreno navideño lo habrá practicado usted. Un servidor se limitó a disfrutar de la compañía de su familia y amigos y, sí, que Dios me perdone: compré. Pero no porque sea un perverso consumista sino porque me dio la real gana de demostrar a los susodichos que me importan y que pienso en ellos. Por eso, además de darles muchos besos y abrazos, les compré un regalo. Lo más desenfrenado que hice esta Navidad fue jugar al mus, beber cava, ir al bingo y cantar una línea que no era.
No hace falta ser un genio para comprender que si varios millones de personas con la paga extraordinaria quemando en los bolsillos, se ponen de acuerdo en salir de compras, todos a la vez, el resultado va a ser previsible: mucha gente por la calle, adornos luminosos, el tráfico imposible.. es decir, el desenfreno. ¿Y ahora las rebajas? Oiga señor, déjeme usted comprar con la conciencia tranquila. ¿Ha visto qué zapatos llevo? Pues eso.
Hace unos días, un presentador de televisión, digno hijo de su tiempo, anunciaba de esta manera el comienzo de las rebajas: “Después del desenfreno navideño llegan las rebajas. Todos a comprar cosas que en realidad no necesitamos...” Bueno, ya está bien. Empiezo a estar un poco cansado de este discursito autoflagelante. Señor mío, el desenfreno navideño lo habrá practicado usted. Un servidor se limitó a disfrutar de la compañía de su familia y amigos y, sí, que Dios me perdone: compré. Pero no porque sea un perverso consumista sino porque me dio la real gana de demostrar a los susodichos que me importan y que pienso en ellos. Por eso, además de darles muchos besos y abrazos, les compré un regalo. Lo más desenfrenado que hice esta Navidad fue jugar al mus, beber cava, ir al bingo y cantar una línea que no era.
No hace falta ser un genio para comprender que si varios millones de personas con la paga extraordinaria quemando en los bolsillos, se ponen de acuerdo en salir de compras, todos a la vez, el resultado va a ser previsible: mucha gente por la calle, adornos luminosos, el tráfico imposible.. es decir, el desenfreno. ¿Y ahora las rebajas? Oiga señor, déjeme usted comprar con la conciencia tranquila. ¿Ha visto qué zapatos llevo? Pues eso.
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