Me parece que me he pasado un poco. Es que, para comenzar bien el año, quería darle un empujoncillo a mi audiencia sacando un titular llamativo... De acuerdo, en el Guadalope no hay delfines, pero sí los hay en otro río que empieza por g, el Ganges, en la India, y además son ciegos. Lo descubrí en un documental de la dos, después de comer, en esa hora en que todas las pesadillas están llenas de musculosos venezolanos, hipopótamos y homosexuales con muy, muy mala leche. Como las duermevelas son muy traicioneras quise asegurarme. Quizá, en lugar de delfines, había visto las imágenes de archivo de Julián Muñoz atravesando las marismas del Rocío con los pantalones por los sobacos. Pero no, los delfines ciegos del Ganges existen. Al parecer, como en las aguas de este río no se ve más allá de un palmo, estos animales han evolucionado hasta perder la visión. Es decir, que los individuos con peor vista de la especie prosperaron y se reprodujeron más y mejor que los delfines-lince; la selección natural fue haciendo su trabajo lentamente y, al final, todos ciegos. Fascinante. Cuando no hay nada útil a la vista, hay algo todavía mejor que no mirar. Es preferible no tener ojos. Admito que no era el mejor momento, la siesta, para sacar conclusiones precipitadas. Pero fue inevitable. Aprovechando un descuido de mis convicciones – que se habían quedado dormidas – mi dedo pulgar derecho presionó el botón número cinco del mando a distancia. La descarga de mala intención, burla descarnada y leña de árbol caído casi me aplasta. Por un instante pensé que media España se iba a quedar ciega y me entró el pánico. En ese momento, un delfín salió del fondo de mi sofá y me arrastró hacia aguas profundas y oscuras. Entonces fui feliz. Porque ya no veía nada.
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