Problemas de España hemos tenido muchos y variados, a lo largo de la historia: la religión, el imperio colonial o la excesiva afición a meterse en política de nuestra clase militar. En el colmo de la depresión alguien llegó decir “¡me duele España!” y, desde entonces, ha seguido doliendo hasta hoy. El problema actual no es nuevo pero, a fuerza de no hacerle frente, se agrava cada día más: el separatismo que defienden importantes sectores de población en Cataluña y el País Vasco.
En este estado de crisis matrimonial en el que vivimos permanentemente -¿nos quieren los vascos y catalanes...o no nos quieren?-, los políticos españoles prefieren reducir independentismo a terrorismo o a las excentricidades de Carod Rovira, mientras intentan encontrar todas las derivaciones posibles de la palabra nación en los Estatutos de Autonomía. El separatismo florece, porque no hay nada más divertido que jugar a las patrias cuando sabes que el juego es de fogueo y que siempre vas a ser el bueno, el pobre oprimido. Espero que la independencia de Cataluña o del País Vasco nunca se produzca, porque las considero parte de mi vida y de mi país. Pero de poco vale ignorar el problema o confundir la Constitución española con un texto religioso. España sufre una grave crisis sentimental y política, y la mejor manera de enfrentarse a ella comienza por admitir la posibilidad de que pueda romperse. Si se discutiera con madurez y seriedad, la pobreza de argumentos del separatismo quedaría en evidencia. Además, podríamos distinguir rápidamente el grano de la paja: los verdaderos independentistas, que tienen algo que ganar en el negocio, de los que quizá no lo han pensado demasiado bien. Creo que estos últimos son mayoría.
En este estado de crisis matrimonial en el que vivimos permanentemente -¿nos quieren los vascos y catalanes...o no nos quieren?-, los políticos españoles prefieren reducir independentismo a terrorismo o a las excentricidades de Carod Rovira, mientras intentan encontrar todas las derivaciones posibles de la palabra nación en los Estatutos de Autonomía. El separatismo florece, porque no hay nada más divertido que jugar a las patrias cuando sabes que el juego es de fogueo y que siempre vas a ser el bueno, el pobre oprimido. Espero que la independencia de Cataluña o del País Vasco nunca se produzca, porque las considero parte de mi vida y de mi país. Pero de poco vale ignorar el problema o confundir la Constitución española con un texto religioso. España sufre una grave crisis sentimental y política, y la mejor manera de enfrentarse a ella comienza por admitir la posibilidad de que pueda romperse. Si se discutiera con madurez y seriedad, la pobreza de argumentos del separatismo quedaría en evidencia. Además, podríamos distinguir rápidamente el grano de la paja: los verdaderos independentistas, que tienen algo que ganar en el negocio, de los que quizá no lo han pensado demasiado bien. Creo que estos últimos son mayoría.
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