sábado, 28 de marzo de 2009

EL TIEMPO LO CURA (Octubre 2006)

Más que curar, el tiempo devora, y no ha nacido todavía ser humano capaz de desafiarlo. Lo que hoy es orgullosa anatomía, mañana será un cadáver. Pero quitémosle dramatismo. El paso del tiempo es también una bendición indiscutible. Gracias a él, las mayores tragedias se convierten en anécdotas y es mucho más fácil olvidar y perdonar. Un perdón que, cuando el rencor ha sido muy profundo, sólo pueden administrar las generaciones posteriores. Mis bisabuelos aún convivieron con algunos combatientes de la guerra de la Independencia contra Napoleón. Por eso, a mi abuela paterna, cuando hablaba de los franceses, todavía se le aceleraba el corazón y sus mejillas enrojecían de rabia. ¿Alguien puede imaginar lo que sería guardar hoy resentimiento a los franceses por su invasión de 1808? ¡Qué pesadez! Y no porque aquellos hechos fueran cosa baladí: los franchutes nos dejaron España – el Bajo Aragón histórico tampoco se libró - como un solar. Pero cuando de los protagonistas del asunto no quedan ni huesos, ni malvas, ni siquiera cementerio, el odio se evapora y uno vive mucho más tranquilo. ¡El resentimiento es agotador! Aunque hoy parezca difícil de imaginar, lo mismo sucederá con nuestra Guerra Civil, por cuya memoria siguen peleando los unos y los otros. Nuestros nietos mirarán enternecidos nuestras mejillas sonrosadas y harán esfuerzos por contener una sonrisa al comprobar que se nos agita el aliento al hablar de rojos y nacionales. Un día, aquella guerra será algo lejano, casi ajeno. Y todo el empeño malgastado en la penosa tarea de odiar, podrá dedicarse a misiones más felices.

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