En Pakistán hay fabricantes de muñecos con verdadero talento. Apenas termina de hablar un blasfemo contra el Islam, ya tiene allí su muñeco ardiendo alegremente, en medio de una multitud vociferante. Esta vez le ha tocado a nuestro Papa de Roma, que se metió recientemente en un parterre teológico al hablar del profeta Mahoma. Como el mundo musulmán anda bastante crecidito, cualquier excusa es buena para poner el grito en el cielo y rasgarse las vestiduras. La solución al problema no era demasiado difícil: arriar velas, reconocer el error y pedir perdón. Pero nuestro Papa es muy flamenco y se fue por peteneras. Que si yo no quise decir, que si yo me refería... El parterre se convirtió en frondoso jardín, las protestas arreciaron y, con la práctica, los muñecos ardientes eran cada vez más realistas y se parecían más al pontífice: los pakistaníes estaban a punto de superar a nuestros maestros falleros. Joseph Ratzinger debió pensar como un universitario recién salido de la facultad: no me he quemado las pestañas estudiando mi carrera de teología para que vengan estos indocumentados a leerme la cartilla. Y bueno, sí, Benedicto XVI pidió perdón, porque el jardín amenazaba con transformarse en selva de la Amazonía, pero de esa manera tan propia de políticos que no admiten el error y trasladan la culpa al destinatario: “si alguien se ha sentido ofendido...” Es decir, si alguien ha sido tan tonto como para malinterpretarme, que me perdone. Dejando aparte sus buenas intenciones, citar a Mahoma de esa forma fue un error. ¿Los Papas no pueden equivocarse? Joseph Ratzinger debería entender que ha dejado de ser un intelectual brillante. Ahora es Papa a jornada completa.
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