sábado, 28 de marzo de 2009

SUICIDAS (Septiembre 2006)

Un millón de personas se suicidan cada año en el mundo, una cada seis segundos. Una cifra superior a la de asesinatos y muertes por conflicto bélico, juntas. Terrible estadística. Poder disponer de la propia vida es la consecuencia más amarga y oscura de pertenecer a la condición humana. Un efecto indeseado de nuestra apreciada libertad. Cualquier otra especie en el mundo animal carece de esa capacidad, tan profundamente humana, de cometer errores. Porque sí, el suicidio es un gigantesco error. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque, aunque en estos momentos no transite por los abismos de la tristeza y la desesperación, en el fondo, el que esto escribe es un potencial suicida, como cualquiera de sus congéneres. Pondré buen cuidado en guardar esta certeza, por si algún día hace falta.
El saber popular no se pone de acuerdo a la hora de calificar al suicida. Lo tacha de cobarde, por huir de los problemas, pero luego, ante un intento no consumado afirma que al sujeto en cuestión “le ha faltado el valor”. El suicida podrá ser considerado una persona decidida pero en ningún modo valiente. La valentía consiste en aguantar el tipo cuando la muerte acecha, sin saber cuándo o cómo golpeará. Eso es vivir. Las personas, a diferencia de los máquinas, tenemos un plazo de caducidad empedernido que no podemos burlar: aunque quisiéramos cambiarnos las piezas de vez en cuando, la cosa no funcionaría. Fijar un cómo y un cuándo a nuestra muerte es la conducta más opuesta posible a la valentía. Dios me libre de levantar un dedo sobre los cobardes. ¿Alguien no lo es? Afortunadamente, hay algo que nunca llegaremos a ser, por mucho que nos empeñemos. Ninguna persona puede ser nunca un fracaso. Qué bello es vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario