sábado, 21 de marzo de 2009

JOSE FELEZ, IMAGINERO (Abril 2006)

En el fondo le envidio. Cambiaría mi agnosticismo por su fe y sus herramientas de escultor por mi ordenador personal. José Félez es alcorisano y un artista como la copa de un pino. De madera es el pino, y con ella trabaja José hasta que, como él dice, se juntan las noches con los días. Sospecho que el convenio colectivo de los imagineros está todavía por negociarse. Viejo y noble oficio. Igual que lo hacía Salzillo o Gregorio Fernández: el hierro buscando en la madera la forma perfecta, la expresividad, el sentimiento. Encargos que se hacen con años de antelación, donde la palabra cliente está fuera de lugar y la palabra dada es ley. Duro oficio también. Imagino a José sufriendo en su taller, viendo acercarse los plazos de una entrega, abandonado por la inspiración. Los pasos de procesión salen unos pocos días al año y la luna llena de primavera sale por el horizonte una sola vez. (¿Cabe forma más pagana de señalar unos días santos?) Para José no hay aplazamientos. Afortunadamente la inspiración regresa, y siempre premia al paciente, al trabajador. Y ese no es otro que el verdadero artista. En la escultura, además, la genialidad viene siempre con pelo de canas y tras una larga vida entregada a su arte. Un niño Mozart de la escultura no habría desfilado por las capitales de Europa. José ya no es un niño y por eso su obra va a ser cada día mejor. Cuando alguna noche me encuentro trabajando, angustiado por una entrega inaplazable, entretenido en mis artes menores, me consuela pensar que en Alcorisa estará brillando la luz del taller de José. Coherente por católico (¡si no lo fuera las imágenes lo gritarían desde sus peanas!), sabio por humilde y artista por derecho. Con un año de retraso -este es el inconveniente de los que vivimos fabricando el pasado- me sumo a su homenaje.

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