sábado, 21 de marzo de 2009

MAL DE MUCHOS (Marzo 2006)

Una mañana recibí la carta. A pesar de que no contenía ningún chiste, a todo el mundo a mi alrededor le dio por sonreir y gastar bromas. A todo cerdo le llega su San Martín, decían. La patria me llamaba y yo debía cumplir el servicio militar. Como la perspectiva de ir a la cárcel no me atraía mucho, decidí presentarme. Cuando llevaba varias semanas quedándome afónico de tanto hablar, maravillado por la cantidad de incongruencias, injusticias, arbitrariedades y estupideces que rodeaban mi vida militar, un veterano se acercó y me dijo: no hables tanto, no pienses, y esto pasará mucho más rápido. Entonces comprendí qué estaba haciendo allí. Jugar a los fusiles, pintarnos la cara con trozos de corcho quemado o besar la bandera eran meros pretextos. La mili era una injusticia absoluta, una tomadura de pelo descomunal. Tras la coartada de valores como la patria, el deber y el honor, se escondía un refinado sistema para formar ciudadanos sumisos y obedientes, que aprendían en sus carnes cómo las gastaba el Estado cuando se le llevaba la contraria. Las imperfecciones del sistema –corrupción, arbitrariedad, discriminación– eran las que lo hacían perfecto. Los sorteos, los excedentes de cupo, las 1300 pesetas de sueldo mensual... Se alcanzaron cotas de cinismo e indignidad tan notables que, aún hoy, hay que hacer esfuerzos para no echarse a llorar. Todo en medio de la indiferencia general. Los políticos evitaban el tema, las feministas enmudecían y los que habían pasado por el aro preferían recrearse en el rico anecdotario. Hoy el servicio militar es historia. Pero en las sociedades que más presumen de valores democráticos pueden seguir escondiéndose injusticias que todo el mundo aceptará sin quejarse. Siempre que afecten también a nuestro vecino. Mal de muchos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario