viernes, 27 de marzo de 2009

LOS CALVOS IRAN AL CIELO (Junio 2006)

Eso dice mi amigo Toño, que de estas cosas sabe bastante: además de jugar al fútbol como los ángeles, da clases de religión. No, no es una frivolidad. Quedarse sin pelo en la cabeza es, y hago esfuerzos por evitar el lenguaje soez, una desgracia. Además, creo que hay pocas situaciones en la vida en las que la sociedad demuestre una mayor falta de empatía. Para el calvo, la caída del pelo es un trauma doloroso que se prolonga cruelmente durante años. Una vía de agua en el cascarón de la autoestima, que exige acudir a todos los recursos anímicos disponibles para no coger una depresión de caballo. Para los demás, la calvicie ajena es un motivo de cachondeo. Cocoliso, bola de billar, calvorota... Insultar a un calvo es fácil. Más difícil es encontrar a alguien con la sensibilidad suficiente para saber acompañar el ¿inevitable? comentario sobre la despoblación capilar, con un rostro serio, solidario, de pésame. Abunda todo lo contrario. Siempre las sonrisitas y el cachondeíto.
Un grupo de científicos japoneses anunció la semana pasada el descubrimiento de una sustancia que podría frenar la caída del cabello. Llegan con veinte años de retraso y yo hace tiempo que empecé a pensar mal. ¿Cómo es posible que estemos mandando objetos volantes a las lunas de Júpiter y que todavía nadie haya dado con la dichosa formulita? ¿Tendrá la culpa también George W. Bush? Sin la mata de pelo que luce tapando su discreto cerebro, el tejano no habría llegado a la Casa Blanca ni en sueños.
Si los japoneses no lo remedian, Toño, en el cielo de los calvos nos veremos. Y no te preocupes porque allí luciremos largas melenas y el pelo nos nacerá en el entrecejo. Hasta entonces, muy dignos y con la cabeza alta.

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