Los españoles somos así. Algún día la revista Science descubrirá que tenemos un gen tarado que nos impide ponernos de acuerdo en algo. Es cierto que la unanimidad es aburrida y empobrecedora y que, además, en todas partes cuecen habas. El problema es que España es el caldero hirviente. En el resto de Europa se discute pero, al menos, cada país tiene una base sobre la que todos sus habitantes están de acuerdo. En España, los andamios son parte del paisaje. Todo está permanentemente en construcción: el Estado de las Autonomías, la selección nacional de fútbol o su mismísima existencia. En los últimos tiempos comienzan a oírse voces republicanas en España. Como es un debate típicamente hispano, de poco contenido pero con los referentes histórico-sentimentales suficientes como para tirarnos los trastos a la cabeza, me temo que va a arreciar en el futuro. La monarquía hereditaria puede ser vista como una rareza o un anacronismo, pero hay algo que pocos podrán discutir: la familia real española cumple su misión de una manera impecable. Son un símbolo, una referencia y los mejores relaciones públicas que podríamos tener. Por tanto, hablar de república me parece disfuncional, inconveniente y muy poco razonable. Aún entiendo menos las banderas tricolores de la II República, que se sacan a la calle en cualquier ocasión, sea un partido de fútbol o una concentración motera. O han leído poco o no han comprendido nada. Si los fundadores de la República de 1931 levantaran la cabeza y contemplaran la España de hoy, se les saltarían las lágrimas. No sería de pena sino de pura emoción, al ver un país reconciliado, viviendo en democracia. Apuesto a que más de uno gritaría ¡viva el Rey!
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