viernes, 16 de abril de 2010

VATICANO (16/04/2010)

“El estado más pequeño del mundo”, se dice a menudo, con simpatía, como si se hablara de un estado-llavero, poblado por guardias suizos y decorado con bonitas obras de arte. Puestos a seguir con el tamaño, el Vaticano es también la dictadura más pequeña del mundo, quitándole ese dudoso honor a la isla de Cuba. Los hermanos Castro llevan trabajando duro desde hace más de cincuenta años, pero claro, basta darse una vuelta por la basílica de San Pedro para darse cuenta de que, al lado de la Iglesia Católica, Fidel y los suyos son unos advenedizos. Cuando el representante de Dios en la tierra es un hombre con aspiraciones de santidad, un hombre bueno, el estado vaticano funciona aceptablemente bien. Su rabioso conservadurismo se suele pasar por alto. Sin embargo, cuando alguien como Joseph Alois Ratzinger luce la mitra papal, al sistema empiezan a vérsele las costuras. Benedicto XVI no es un aspirante a la santidad. Tampoco una mala persona. El Papa actual es un inquisidor, un político, un intelectual de pluma afilada, un jacobino con sotana, un alemán cabeza cuadrada. En la era Ratzinger, la Iglesia Católica ya no pone la otra mejilla. Se dedica a repartir hostias, pero no de las sagradas, sino de las otras. El secretario de Estado del Vaticano, Monseñor Bertone, ha administrado la última. Según él y unos misteriosos estudios científicos, la homosexualidad está vinculada a la pedofilia. Indignante. Los seguidores de la Iglesia Católica, colectivo al que pertenecen muchos amigos y familiares cercanísimos al que escribe, deberían advertir que su pastor, el señor Bertone, se expresa de una forma muy similar a como lo haría un político demagogo de la extrema derecha. Como si fuera el primer ministro de un régimen totalitario... Vaya. Resulta que eso es exactamente lo que es.

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