viernes, 17 de junio de 2011

TELEFONAZOS (17/06/2011)

En estos tiempos de crisis en los que es difícil vender hasta palos de escoba, la llamada telefónica pura y dura se está convirtiendo en la estrategia de marketing más sofisticada. Donde esté el telefonazo que se quiten el buzoneo, el spam o la mismísima puerta fría, hasta ahora la técnica de ventas más osada de la que se tenía noticia. Por muchas razones. La primera, el factor sorpresa. Tener el buzón lleno de propaganda de comida china o decenas de correos electrónicos no deseados en el ordenador, ya forma parte de nuestra realidad cotidiana más decepcionante. Sin embargo, una llamada de teléfono con la perversa intención de colocarnos un seguro, una caja de vinos o una tarifa plana, todavía suele cogernos con la guardia baja. Sobre todo a la hora de la siesta. ¿Por qué las compañías de telefonía eligen la hora fatídica de después de comer para abrasarnos con sus ofertas, sus compromisos de permanencia y sus terminales de regalo de última generación? Y es que, aunque sea una obviedad recordarlo, el teléfono suena. Y hasta que no le das a cierto botón no se calla. Por tanto, tratar de vender por teléfono algo que el potencial cliente no ha solicitado, se parece mucho a dar la tabarra, la castaña, la matraca, el coñazo. Luego están los teleoperadores, las otras víctimas de esta historia. ¿Quién entrena a esta gente? ¿La CIA? Son inasequibles al desaliento, a la grosería, al insulto, al no-me-interesa-su-oferta-ni-me-va-a-interesar-nunca, lo aguantan absolutamente todo sin descomponerse. Supongo que a menudo pensarán aquello de “¿se cree que llamo por gusto, cretino?”, ¡pero nunca lo dicen! Mi madre diría, con razón, que los teleoperadores ya tienen ganado el cielo. Otros no tienen tanta suerte. Los que tiran de los hilos, los geniales creadores de las campañas del telefonazo, por ejemplo. Esos podrían irse al infierno.

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