viernes, 17 de febrero de 2012

MENSAJE ENVIADO (17/02/2012)

Creía que estas cosas solo pasaban en las películas, cuando los malos guionistas querían dar un giro sorprendente a la historia y recurrían al viejo deus ex machina, pero no es así; en la vida real -ay!- también pasan. Esta es la secuencia de los hechos: recibo correo electrónico de un amigo que me anuncia la presentación de la obra artística de cierta persona, un conocido común, en un acto que tendrá lugar próximamente. Contesto que no acudiré, e incluyo en el mensaje una serie de comentarios bastante descarnados - el destinatario es un amigo de la máxima confianza - que reflejan con bastante precisión lo que pienso del trabajo de nuestro común conocido. Con precisión, y con crudeza: califico su obra anterior de “marcianada” y, a la vista de los múltiples premios que ha recibido, afirmo que debería intentar otra todavía mayor y renunciar definitivamente a crear una obra artística de verdad... Como algunos habrán empezado a adivinar, el mensaje no llegó a su destinatario previsto. Por algún maldito duende informático confabulado con mi torpeza, el mensaje llegó... al artista en cuestión. Décimas de segundo después de dar la orden de “enviar”, ya fui consciente del catastrófico error. Las primeras palabras que salen de la boca de un hombre en una situación así, reflejan lo más hondo de su ser, su esencia, el yang. Creo que menté a Dios, pero sin juramento, lo que podrá servir de cierto consuelo a mi madre cuando lea estas líneas. La contestación del afectado, vía mail, no se hizo esperar: me llamó lunático (la cosa iba de cuerpos celestes), agrio y mezquino y difundió mi “cariñosa crítica” entre toda su lista de correo; medio mundo a estas alturas sabe que soy un envidioso amargado. ¿Debería molestarme en desmentirlo? Creo que no. Cargaré resignadamente con esta merecidísima cruz.

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