viernes, 22 de junio de 2012

SUU KYI (22/06/2012)

Es un país remoto, casi irrelevante, de geografía compleja y nombre incierto. Los militares que lo gobernaron dictatorialmente durante décadas, le cambiaron el de Birmania por Myanmar, con la esperanza de que, en la confusión, el mundo dejara de prestarles atención y pudieran seguir con sus tropelías sin ser molestados. No lo consiguieron; ella lo impidió. Cuando en 1988, Aung San Suu Kyi abandonó su confortable vida en Oxford, y regresó a su país natal para ponerse al frente del movimiento en favor de la democracia, nadie podía sospechar que esa mujer menuda se convertiría en un personaje de fama mundial. El precio de su compromiso político fue alto. Sufrió encarcelamiento y arresto domiciliario durante más de 15 años, varios intentos de asesinato y la dolorosa separación de su familia. Siempre tuvo el fin de sus penalidades al alcance de la mano: la junta militar birmana le ofrecía la salida inmediata del país, a cambio de no regresar jamás. Suu Kyi no cedió. Tampoco cuando le impidieron reunirse con su marido, enfermo terminal de cáncer, para estar a su lado en sus últimos días. Sin embargo, su capacidad de resistencia, con ser extraordinaria, no es el rasgo más importante que define a esta valiente mujer. Es la bondad. En todos estos años de padecimiento, jamás salió de su boca una palabra que incitara al odio, la venganza o el enfrentamiento. El pasado sábado, al recibir en persona el Premio Nobel de la Paz, 21 años después de que le fuera concedido, Suu Kyi afirmó: “De todas las lecciones que he aprendido en la adversidad, la más preciosa de todas, es la del valor de la bondad. Cada acto de bondad que recibí en estos años, por pequeño que fuera, me convenció de que nunca habría bastante en el mundo. Porque la bondad tiene el poder de cambiar las vidas de la gente”.

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