viernes, 5 de octubre de 2012

UNA VIEJA FOTOGRAFÍA (05/10/2012)

Busquen una vieja fotografía en la que aparezcan miembros de su familia. Debe ser lo suficientemente antigua como para que todos hayan muerto, y los podamos mirar con el espíritu libre de penas. A continuación, investiguen los acontecimientos más importantes de sus vidas. Para ello deberán preguntar a los más viejos y, al principio, estos lanzarán un largo suspiro como si recordar el pasado les costara un esfuerzo sobrehumano. Insistan, porque en poco rato estarán hablando por los codos y haciéndoles revelaciones sorprendentes. A lo mejor descubren que su bisabuelo, como el mío, que en la foto parece recién salido de los astilleros del Titanic, fue en realidad un honesto fabricante de botas de vino. O que ese con cara de pícaro, el primo Clementín, era capaz de cruzar la ciudad de punta a punta, montado en su bicicleta y sin tocar el manillar. Hechas las averiguaciones oportunas, acomódense delante de la fotografía y mírenles a los ojos, uno a uno. Aunque no sonrían demasiado, eso no significa que estén tristes; no se atreven a mentirle a la cámara porque todavía les infunde respeto esa máquina mágica, capaz de robarle un instante al tiempo en sus mismas narices. Si tienen la paciencia suficiente, pronto empezarán a comprender lo que esas miradas están diciendo. Que la vida es un breve pasar, un suspiro. Que el tiempo se nos tragará a todos, y que de nuestras crisis, angustias y ambiciones no quedará absolutamente nada. Empezarán a sentir que nuestra vida es algo bastante intrascendente, y que quizá damos a ciertas cosas una importancia desproporcionada. Carpe diem, preocupaos lo justo, vivid cada segundo, amad al prójimo, no os agarréis a las cosas... Los muertos también tienen cosas que decir. Busquen una vieja fotografía.

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