viernes, 8 de marzo de 2013

CHÁVEZ (08/03/2013)

En Venezuela, un litro de gasolina cuesta un céntimo de euro. Allí la aguja del nivel de combustible de los coches, que en los países no bendecidos con el maná del petróleo se empeña siempre en cortejar a las rayitas rojas de la reserva, es un indicador carente de dramatismo. Como las manecillas de un reloj en domingo. Al leer el dato, no puedo negarlo, quise ser venezolano. Luego vi por televisión las imágenes del cortejo fúnebre del comandante presidente Hugo Chávez Frías. ¡Qué muestras de amor por el malogrado líder! Buceé en mi cabeza buscando un político en España cuya desaparición pudiera despertar esas manifestaciones de duelo, pero volví a la superficie sin aliento y con las manos vacías. Y sentí que el caudillismo tenía sus ventajas. Con un guía supremo al frente del país se acabaron las angustias cada cuatro años para decidir a quién votar; fin a la cansina sucesión de presidentes en la que el titular actual siempre hace bueno al anterior. Con una revolución perpetuamente inacabada se acabaron los programas electorales anodinos, el pesimismo nacional, el incómodo realismo de las cuentas públicas y la prima de riesgo. Somos pueblo, somos patria, somos destino, a ver qué democracia europea es capaz de producir un guión más emocionante. Todo se estropeó cuando seguí leyendo. La información contrastada, es lo que tiene. Venezuela sufre un 30% de inflación anual, las finanzas públicas más caóticas del mundo, los índices de violencia más escandalosos, el aniquilamiento del derecho a discrepar, un culto desmedido a la personalidad... De pronto, ya no quise ser venezolano. ¿Que la gasolina está por las nubes? Cogeremos la bicicleta, que es muy sano. ¿Que la clase política es un erial de personalidades capaces y honestas? Buscaremos a otros. Aunque tengamos que mirar debajo de las piedras.

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