viernes, 15 de marzo de 2013

FRANCISCO I (15/03/2013)

Por primera vez un Papa iberoamericano, jesuita y de nombre franciscano. Jorge Mario Bergoglio parece una buena persona. Dicen que es hombre austero y de preocupaciones más sociales que intelectuales, lo que va en consonancia con los tiempos. Pero allí acaba toda su modernidad. Creo que más que un verdadero cambio, su elección expresa un deseo de apariencia de cambio, centrada en los adjetivos antes que en lo sustantivo. La Iglesia Católica como institución religiosa, más allá de su labor humanitaria encomiabilísima y de su cercanía al dolor y a la pobreza en muchas partes del mundo, se encamina a paso firme hacia la irrelevancia social. Si en un país como España, antaño considerada “la reserva espiritual de Occidente”, el 70% de la población se declara católica pero solo el 10% de éstos acude regularmente a misa, no hace falta ser un teólogo brillante para deducir que la Iglesia tiene un problema grave de credibilidad. Ya perdonarán la arrogancia en un día de tantas humildades, pero creo que la razón de fondo es siempre la misma: la postergación absoluta, injusta y anacrónica de la mujer en el seno de la institución. ¿Alguien medianamente listo puede creer que las mujeres van a seguir haciendo la sopita a los cardenales en sus solemnes residencias romanas, dando así por buena su contribución al proceso de elección de un Papa por otros dos mil años más? Nanay. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que algunos de los asuntos más candentes de la Iglesia – celibato, homosexualidad, pederastia, anticoncepción – están directamente relacionados con esa tensión sexual no resuelta, que no es sino una lucha disimulada por el poder? A lo mejor resulta que Francisco I sí es consciente de todo ello. Y que está dispuesto a dar la gran sorpresa. Si eso ocurre, no me dolerán prendas: cantaré a los cuatro vientos mi error.

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