lunes, 17 de marzo de 2014

TRASNOCHADORES (14/03/2014)

A los españoles siempre nos ha costado irnos a la cama. A dormir, se entiende. Según una reciente encuesta, una cuarta parte de la población sigue enganchada a la televisión más allá de las doce de la noche. Me temo que la culpa no es de las series ni de los concursos de talentos. Antes de que se inventara la tele, el español ya se quedaba en el café hasta las mil, charrando de lo divino y de lo humano, conspirando, dando palmas o lo que se terciara; lo llevamos en el ADN. A los extranjeros, como es lógico, este carácter trasnochador les parece de lo más exótico. El mes pasado, el New York Times titulaba: “España, la tierra de las cenas a las 10 de la noche, se pregunta si es el momento de cambiar”. Sorprendentemente, el texto no caía en los tópicos habituales. En efecto, aquí ya nadie duerme siestas de tres horas y aquello de que somos un país de baja productividad se encargan de desmentirlo las estadísticas de la Unión Europea. La verdadera raíz del problema, y así lo destacaba el artículo, está en la irracionalidad de nuestros horarios. ¡El español se va tarde a la cama porque quiere vivir! Y parece ser que entre el trabajo, el almuerzo, la parada para comer y el qué-pasa-con-el-jefe-que-no-tiene-casa-o-qué, la vida no empieza hasta las diez, cuando el resto de los europeos ya está chafando la oreja. El New York Times señalaba que los políticos españoles se lo toman muy en serio, porque una comisión parlamentaria ya estaba estudiando el tema. Jo, jo, jo. Cómo se nota que son de Cincinnati o de Wisconsin. Si fueran de por aquí sabrían que una comisión de políticos españoles no se crea para tomar decisiones; está para aplazarlas indefinidamente. Algún día cambiaremos y nos iremos pronto a la cama como los niños buenos europeos. Pero sin forzar. Pongamos... ¿qué tal el siglo que viene?

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