viernes, 7 de marzo de 2014

HIPOCRESÍA (07/03/2014)

Fiel a la tradición bianual, la sociedad española se escandaliza estos días al conocer los resultados de la encuesta estatal sobre el uso de drogas en estudiantes de secundaria. ¡Resulta que los chicos beben! Tengo para mí que todos estos aspavientos que se airean en artículos de prensa y entrevistas a expertos en televisión, tienen mucho de hipocresía. Después de todo, los chavales se esconden poco; no es difícil verlos cargados de bolsas de supermercado un viernes por la tarde, camino de algún lugar discreto. Luego, de regreso a casa, tampoco hace falta ser un Perry Mason para detectar si tu hijo o tu hija han bebido alcohol. ¿Tres de cada cuatro menores lo han hecho en el último mes? Bueno, pues quizás no debería sorprendernos tanto. Lo que sí llama la atención es que muy pocos creadores de opinión reflexionen sobre la nula efectividad de la prohibición absoluta de consumo de alcohol a menores puesta en marcha en los últimos años – antes la edad legal se fijaba en los 16 – y de los efectos perversos que provoca: se expulsa a los más jóvenes de los bares y se les empuja a beber en parques y aparcamientos, donde es mucho más fácil caer en el exceso. Hacer botellón lo llaman, aunque la Real Academia de la Lengua, en un acto reflejo de esa hipocresía generalizada, no se dé por enterada. Personalmente, creo que es mucho más coherente permitir el consumo de alcohol a partir de los 16 años - aunque solo sea de vino y cerveza, como hacen en Alemania - que empeñarse en una prohibición que ni se cumple ni se hace cumplir. ¿Con qué fuerza moral se prohibe beber a un joven de 16 años cuando el mismo sistema legal le permite trabajar, casarse o incluso abortar? Educar es una tarea difícil, que exige tiempo y esfuerzo. Prohibir es fácil. Lo que no está demostrado es que siempre sirva para algo. 

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