viernes, 6 de febrero de 2015

ISLAM (23/01/2015)

Una corriente anti-islamista recorre Europa, soterrada, pero perfectamente visible. No se manifiesta en las tribunas públicas, al menos no en España, pero prospera en las redes sociales donde cualquier noticia sangrienta que guarde relación con lo islámico – y por desgracia últimamente abundan mucho – desata a menudo una catarata de reacciones que van subiendo de tono hasta que alguien acaba por condenar a la religión y llamar a defendernos de sus practicantes. Alguien dirá que lo tienen merecido, o más diplomáticamente, que existen razones objetivas que explican esta forma de pensar. Ciertamente, si un par de enajenados no hubieran asesinado a sangre fría a doce personas en la redacción de una revista en París, si un ejército de criminales no se dedicara a degollar cobardemente a inocentes en los desiertos de Irak, o si una banda de locos peligrosos no anduviera ejecutando a miles de pacíficos campesinos en los bosques de Nigeria, en los tres casos dando vivas a Alá y su profeta, es más que probable que no estaríamos hablando de este tema. Por tanto, sí, puede que existan razones que expliquen, pero no que justifiquen. Y la diferencia es esencial. El anti-islamismo es injusto porque toma una parte – el fundamentalismo criminal – por el todo – la comunidad de creyentes. Muchos en occidente acusan a ésta de pasividad, de no hacer lo suficiente para extirpar el tumor maligno del fanatismo. ¿Cómo lo saben? ¿Visitan con frecuencia las mezquitas árabes, africanas o del Asia Central? ¿A cuántos musulmanes conocen? ¿Hablan con ellos? No saben, no, ninguno, jamás. Sus fuentes de información suelen ser periódicos digitales de fortuna, que buscan excitar las pasiones más bajas del lector. El resultado es el esperable: exabruptos, radicalismo y falta de reflexión. Un estado de ánimo que se parece demasiado al que quieren combatir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario