El mejor antídoto contra la violencia es la cultura. Una de las causas
más probables de la desaparición del espíritu guerrero en las sociedades
europeas fue la generalización de la cultura. El cultivo de las artes dejó de
ser un monopolio de las élites y, casi al tiempo, a los jóvenes europeos se les
enfrió el ardor patriótico y dejaron de considerar a la guerra como una
actividad honorable y propia de caballeros. Desgraciadamente, el conflicto
sirio - por poner un ejemplo de dramática actualidad - no se arregla con
exposiciones de arte contemporáneo o cursos de escritura creativa. La cultura
es una planta de crecimiento lento y solo se desarrolla en un ambiente
propicio, empapado de libertad y tolerancia. Eso es algo que sabe muy bien
alguien como Daniel Barenboim. El afamado director de orquesta lleva años
utilizando la música para acercar a jóvenes israelíes y palestinos, inyectando
una dosis de cultura en el corazón de uno de los conflictos políticos más enconados
de todos los tiempos. Aparentemente, una gota en el océano; en una realidad más
profunda, una apuesta por la paz con repercusiones insospechadas. Esta semana,
el conservatorio de Alcañiz acoge a un grupo de estudiantes suizos en el marco
de un intercambio cultural con el conservatorio de Ginebra. Afortunadamente,
las relaciones entre el Bajo Aragón y el cantón ginebrino no pueden ser más
pacíficas. Sin embargo, eso no resta valor a la iniciativa. A buen seguro, la
experiencia de convivencia entre suizos y alcañizanos será enriquecedora y
dejará una huella imborrable en unos y en otros. Cultura de paz, en definitiva.
El viernes por la tarde, además, un magnífico concierto en el teatro de
Alcañiz. Por una bendita casualidad, mi sobrino Julio, alumno del conservatorio
de Ginebra, formará parte de la orquesta. Comprenderán que no pienso
perdérmelo.
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