El próximo domingo, los españoles elegimos a nuestros representantes
políticos en el parlamento de la nación y, al mismo tiempo, decidimos sobre el
futuro de unos cuantos cientos de compatriotas que aspiran a ganarse la vida en
la profesión política. Es decir, que además de los ideales, están en juego las
lentejas. Como somos un país de tradición católica en el que hablar de dinero
está mal visto, tendemos a olvidar esta prosaica realidad que, en ocasiones,
ayuda a explicar algunos comportamientos que juzgamos desvergonzados o
directamente deshonestos. En estos días, circulaba por las redes sociales un
vídeo en el que Toni Cantó, por entonces conspicuo militante de UPyD, ponía de
vuelta y media a los que abandonaban su partido para unirse a Ciudadanos. “A mí
estos cambios me producen cierto pudor. Me costaría hacer una cosa así.”, decía
entonces el conocido actor, hoy número dos por Valencia en las listas del
partido de Albert Rivera. No es mi intención atacar a Toni Cantó, ni dejarle en
evidencia. Me limito a constatar que el factor económico, un magnífico sueldo
durante cuatro años y quién sabe si más, es un argumento tan poderoso como la
ideología. Por otro lado, no me cuesta demasiado ponerme en el pellejo de un
artista como Cantó, porque conozco bien la desagradable incertidumbre que jamás
abandona a los de su condición y que te hace preguntarte de qué vas a comer
pasado mañana. Por tanto, antes de lanzarme a la yugular, encuentro más honesto
preguntarme: ¿sería yo capaz de hacerlo? Humm… veamos: lentejas aseguradas para
una década, una profesión interesante, mis padres, al fin orgullosos de su
hijo, mi mujer, mucho más comprensiva con mi falta de puntería en el retrete…
Vaya dilema. Menos mal que nadie me lo ha propuesto. Porque se me iba a caer la
cara de vergüenza.
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