jueves, 14 de julio de 2016

EN PELOTAS (08/07/2016)

A Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, le va la marcha. Aunque cuente las cosas con una suavidad exquisita, como si fuera una abuelita inofensiva rodeada de nietos al calor de la lumbre, estoy convencido de que, en el fondo, le encanta meter el dedo en el ojo de Esperanza Aguirre, su más enconada enemiga. El último encontronazo ha surgido de la petición de una asociación naturista de celebrar en las piscinas públicas madrileñas “El día sin bañador”. Doña Manuela, que se confiesa adicta al “sí”, ha acogido favorablemente la propuesta pero trasladando la decisión definitiva – léase, el marrón - a los distritos respectivos para que se pronuncien. Hasta hoy solo lo ha hecho el de Puente de Vallecas, con una lógica prudencia: el perfil de los usuarios no aconseja autorizar el día sin bañador. Confieso que no soy un naturista convencido. Mi buen amigo Carlitos me dice que tengo que probarlo, que la sensación de libertad es maravillosa, pero no veo el momento. Como buen polemista, me interesa más el debate alrededor de los límites del nudismo. Límites, sí, sin que el hecho de establecerlos equivalga a “criminalizar el cuerpo”, como afirma melodramáticamente el representante de la citada asociación naturista. El despelote privado me parece respetabilísimo. El público presenta algunos inconvenientes. Siempre que exista una demanda suficiente y contrastada, y exista posibilidad material de hacerse, no veo problema en habilitar lugares públicos para el naturismo. Como en algunas playas. ¿Y en las piscinas municipales? Creo honestamente que el derecho a no ver en pelotas a mis vecinos del 3º - un matrimonio de mediana edad, simpatiquísimos – prevalece sobre la afición de una minoría a caminar con todo al aire. Que seguro que tiene su cosa, que no lo niego. Pero respetando la sensibilidad del prójimo.  

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