La del pobre Victor Barrio ha sido la primera cogida mortal de un torero
español en más de treinta años. Una verdadera fatalidad. Porque siendo uno de
los oficios más peligrosos del mundo, en el que la muerte ronda al torero desde
que pisa la arena de la plaza – precisamente, en ese emocionante coqueteo
reside el alma de la fiesta - rara vez ésta
se cobra su tributo. El toro debe morir siempre. El torero debe vencer a la
bestia. Este ha sido el guión de las corridas de toros durante siglos, y cuando
no se cumple y el matador muere, todo el universo de la tauromaquia se
tambalea. En el fondo, es un gran fracaso. Nadie acude a la plaza en una tarde
festiva, con música de charanga y una faria en la boca, para contemplar en
directo cómo los cuernos de un animal salvaje desgarran el corazón de una
persona. ¿Qué clase de espectáculo es ese? Creo que el aficionado taurino de
otra época era más consciente de la presencia de la muerte y entendía mucho
mejor la fiesta; después de todo, la muerte le acechaba en cada esquina. Su
actitud en la plaza era más apasionada pero bastante menos festiva. Hoy las
corridas de toros no las entiende casi nadie. Los mismos toreros, a lo sumo. Porque
la muerte y el sufrimiento no van con nosotros. Les hemos declarado la guerra y
los combatimos con eficacia desde la medicina, una ciencia que ya no acepta
fronteras y que aspira a la inmortalidad. Tampoco deseamos el sufrimiento del
animal. Hoy sabemos que nuestros cuerpos comparten la misma materia prima y que
solo nos diferencian sus combinaciones. Hasta sus más convencidos partidarios
deberían saber que la fiesta está tocada de muerte. Y que la muerte no la
salvará. Menos aún la de un hombre joven, con el corazón partido, que nos deja amargura
y una certeza cada vez mayor: que esta tragedia se está quedando sin sentido.
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toda la razón, sin un pero.
ResponderEliminar¡Gracias, Tere!
ResponderEliminar¡Gracias, Tere!
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