Tras las elecciones generales del 26J, la escena política española se
parece cada vez más a un spaguetti-western. Suenan las trompetas del maestro
Morricone, silba el viento y las capitanas cruzan dando tumbos la Carrera de
San Jerónimo. Aquí va a haber tiros, más tarde o más temprano, lo que ocurre es
que algunos tienen más balas que otros. ¿Quién es el bueno, el feo y el malo?
Siéntanse libres de distribuir los papeles según sus preferencias. Porque el
verdadero protagonista de la película se llama Mariano Rajoy Brey. Sobre los
hombros del más gallego de los presidentes de nuestra historia ha recaído la
responsabilidad de arreglar este desaguisado, de poner fin, con su retirada, a
la parálisis que ha tenido huérfana de un gobierno estable a la sociedad
española durante, por lo menos, seis meses. Sus partidarios insisten en que es
él quien ha ganado las elecciones y que debe seguir en la Moncloa. ¿Están
verdaderamente seguros? En febrero, la mitad de los votantes del PP afirmaba
que no querían a Rajoy como candidato; en junio, antes de las elecciones, el
57% declaraba que el presidente en funciones debería dar un paso atrás si así
facilitase la formación de un gobierno. En esas estamos. Aunque la campaña
mediática pro-Rajoy arrecia estos días como nunca, no puede empañar dos tozudas
realidades. La primera, que no puede invocarse ningún principio legal o
político para forzar a otros partidos a posibilitar un gobierno de Rajoy con
sus votos positivos o abstenciones. La segunda, que a España le conviene un
nuevo presidente. Alguien que deje atrás la corrupción y que insufle una nueva
esperanza a los españoles de toda condición. Se respira una calma tensa. El
duelo final está a punto de empezar. Alguien tendría que insinuar a Rajoy que
debería pasar a otro las cartucheras.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario