lunes, 7 de noviembre de 2016

UN CUENTO MASÓN (06/11/2016)

En 1871, el masón estadounidense Albert Pike mantuvo una curiosa relación epistolar con el precursor de la unificación italiana, Giuseppe Mazzini. En una de aquellas cartas, se anunciaba el advenimiento de tres guerras mundiales. Las dos primeras tuvieron lugar con sorprendente exactitud en las fechas y con los contendientes anticipados por el misterioso Pike; la tercera, todavía por llegar, enfrentaría al sionismo con los líderes del mundo islámico y llevaría a todas las naciones del mundo “a la completa extenuación física, moral y económica”.
Respiren tranquilos. Lo que acaban de leer es una de las muchas patrañas que circulan por internet, para improductivo solaz de millones de lectores. Hay que reconocer a su creador un cierto gusto a la hora de mezclar los ingredientes de esta bazofia sensacionalista: Albert Pike y Giuseppe Mazzini existieron realmente, y en la pieza se incluyen sus fotos color sepia para demostrarlo, dando a este cuento masón el espaldarazo visual que toda noticia necesita. El problema es que luego mete la pata hasta el corvejón, al poner en la pluma de los protagonistas términos como “fascismo” o “sionismo”, que todavía no se habían acuñado en 1871.
Lo cierto es que nunca en la historia hemos tenido un acceso tan inmediato y universal al saber humano como el que hoy disfrutamos. Al lado de internet, Gutenberg palidece. Sin embargo, como reverso de la moneda, nunca se han publicado una mayor cantidad de mentiras, manipulaciones, informaciones falsas e interesadas, como las que tenemos que soportar a diario en la red. Uno llega a la conclusión de que la verdad, o la información veraz, si se prefiere un término con menos peso filosófico, debería ser el bien más preciado. Pero aparentemente no lo es. Tomemos la prensa digital. ¿Por qué las noticias más vistas son siempre las más escabrosas, sensacionalistas, voyeristas o morbosas, que no son precisamente las más fiables? La explicación es simple: porque tocan alguna tecla límbica que nos conecta con el primate que todos llevamos dentro. Lo que ocurre es que junto a la versión más básica del homo sapiens, en el interior de un considerable número de ciudadanos instruidos, convive un homo civitatis que necesita saber en qué mundo vive. No solo que la cantante británica Adele compuso sus mayores éxitos bebiendo inmoderadas cantidades de alcohol, que también. Estoy hablando de saber qué pasa en el mundo, en su mundo, literalmente. ¿Y dónde acude ese homo civitatis, ese ciudadano, en esos momentos de lucidez, cuando tiene saciada su sed de sensacionalismo y busca información de fiar? No a Facebook. No a los diarios digitales que han surgido como setas en los últimos años, con bonitas maquetaciones web. Acude a la prensa seria de toda la vida. A diarios centenarios como el que el lector tiene ahora entre sus manos, con tradición, con vergüenza periodística que les lleva a plantear debates en sus redacciones sobre lo que se debe o no se debe publicar, y que en otros medios serían ciencia ficción. Esa credibilidad es el verdadero patrimonio de un medio de comunicación. Porque no se improvisa, ni se puede comprar. Porque esa credibilidad tiene un precio que muchos lectores están dispuestos a pagar.
La historia del masón Albert Pike nunca llegará a las páginas de Heraldo de Aragón. Sus lectores nunca experimentarán la incertidumbre de futuras guerras mundiales, invasiones alienígenas o “eso que los gobiernos no quieren que sepas”. Que nadie se apure. Siempre nos quedarán las novelas.

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