miércoles, 28 de junio de 2017

EL SECRETO DE LOS BEATLES (18/06/2017)

La transición política estaba en su apogeo y en mi cabeza se mezclaban armoniosamente la libertad sin ira con la beatlemanía más rabiosa. Como ocurre a menudo, los gustos musicales me vinieron de familia sin que pudiera hacer mucho por evitarlo: cuando tu hermano mayor dedica todo el día a escuchar a los Beatles –en aquellos tiempos, jóvenes lectores, todavía no existían los ipods y la música se escuchaba exclusivamente “al aire" – una parte importante de tu destino ya está escrita. A no ser que seas un bicho muy raro o un niño más rebelde que el mismísimo John Lennon, escucharás a los Beatles, amarás a los Beatles y tararearás a los Beatles hasta el último día de tu vida, cuando creas distinguir en el bip-bip de la máquina hospitalaria el ritmo exacto de Lucy in the sky with diamonds. 
No me quejo, al contrario. Estoy convencido de que ser un fan de los Beatles me ha hecho una persona mejor. En primer lugar, porque la buena música es, esencialmente, un acto de amor. Cuando hablo de John, Paul, George y Ringo, lo hago con la misma espontaneidad que utilizaría con mi familia, porque los considero más una parte de ella que unos seres remotos, idealizados e inalcanzables. Y como a una parte de mi familia, siempre he deseado llegar a comprenderles. 
Lógicamente, soy deudor de muchos expertos que han estudiado al grupo como si se tratara de una ciencia. Se han publicado miles de libros. En sitios web como “The Beatles Bible", se analiza la actividad del grupo casi día por día, desde sus comienzos hasta la separación. En contra de esa imagen de chicos inexpertos que se tropiezan con el éxito de la noche a la mañana – concepto muy arraigado hoy por culpa de los programas de talentos en televisión - uno descubre que los Beatles fueron trabajadores incansables desde mucho antes de alcanzar el triunfo. Persiguieron el sueño de vivir de la música con una tenacidad y una ambición tan brutales, que dos años antes de grabar su primer disco promediaban casi 40 actuaciones en directo al mes, entre su Liverpool natal y sus viajes a Hamburgo. 
Pero es en la relación entre sus dos líderes, John Lennon y Paul McCartney, donde reside la verdadera esencia del grupo. Lennon y McCartney podrían haberse disputado el liderazgo porque los dos tenían sobrados argumentos para reclamarlo, pero sorprendentemente no lo hicieron. Creo que en esa renuncia se esconde el secreto de los Beatles. He conocido grupos de talento limitado que desaparecieron en una semana, víctimas de la lucha de egos. Los Beatles sobrevivieron una larga década, sometidos a las bestiales tensiones del éxito, porque Lennon y McCartney establecieron una relación de competencia, de lucha, pero concebida desde el respeto y la lealtad. Años después, cuando ese equilibrio se rompió, se lo llevó todo por delante. John Lennon se cansó de la intensidad de McCartney, reconocido adicto al trabajo, y se echó en brazos de Yoko Ono, reconocida artista de la improvisación. Quizá tuvo miedo de no poder seguir a la altura de su amigo. Quizá creyó que la vida era algo más que encadenar un éxito detrás de otro. Y entre medias estaba George, que merece otra monografía, o el mismo Ringo, experto templador de gaitas que también forjó la historia del grupo. 
Estos días se conmemora el 50 aniversario de la publicación del disco más influyente de la historia: el Sargeant Pepper´s. Lo hicieron ellos, por supuesto. Son tan grandes que nos hacen sentir grandes a sus seguidores. Por eso siempre estaremos en deuda con los Beatles.   

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