lunes, 17 de julio de 2017

EL ÚLTIMO FUMADOR (02/07/2017)

Es usted el último. ¿No se ha dado cuenta de que hace semanas que no ve a nadie fumando por la calle? El vecino del tercero ya no se para con usted a echar ese cigarrillo antes de entrar al portal cuando vuelve del trabajo. Piénselo bien, ahora pasa casi corriendo y le rehúye la mirada. ¿Lo habrá dejado? ¿Y dónde están todos los compañeros de la oficina que antes se amontonaban en la acera para fumar hiciera frío o calor? Al principio, cuando alguien ya no venía porque lo había dejado solíais decir con sorna: ¡a ver cuánto dura! Más tarde, cuando empezasteis a ser pocos, hacíais como si el ausente nunca hubiera existido; si alguien cometía la torpeza de nombrarlo se hacía un significativo silencio y todos aprovechabais para dar una calada larga, de esas que hacen que la cabeza del cigarrillo se ilumine como si le hubieran metido un pico de tensión y que las hebras ardan con el ruido de la leña seca en una hoguera de Lilliput. Las miradas de la gente también han cambiado, no me diga que no se ha fijado. Antes les molestaba el humo aunque estuviera en la calle y le lanzaban miradas de reprobación. Ahora son miradas de lástima. ¿Y qué me dice del Día sin Humo? ¿No se ha dado cuenta de que hace años que no se celebra…? 
Parece el argumento de una película de terror. La peor pesadilla de un fumador no sería quedarse sin tabaco sino quedarse solo, fumando a la vista del resto del mundo que no podría dejar de preguntarse cómo es posible que alguien se envenene voluntariamente con una sustancia que acorta la vida sin dar nada a cambio. Porque si el cigarrillo proporcionara una experiencia orgásmica, el vicio podría entenderse. Pero no es así. Les aseguro que he fumado los suficientes para saberlo. Se fuma, y sobre todo, se empieza a fumar, porque lo hacen otros. Todo eso del vaquero solitario de Marlboro es un cuento norteamericano, y no solo porque el actor que lo encarnaba acabó muriendo de una enfermedad pulmonar sino porque el mismo concepto del tipo duro y solitario que fuma es un fraude. El fumador tiene mucho de gregario: se envenena con el pobre consuelo de que otros se envenenan con él. 
Después de prohibir el humo en lugares públicos cerrados, ¿no se ha ganado el fumador el derecho a que le dejen en paz? Cariñosamente, creo que no del todo. En primer lugar, porque hace unas semanas fue el Día sin Humo – respira tranquilo, querido fumador, porque se sigue celebrando -, y segundo, porque creo que hay cierta confusión en la opinión pública sobre los peligros del tabaco que a las industrias del sector les gusta fomentar. ¿A estas alturas? ¡Pero si todo el mundo sabe que es malo para la salud? Malísimo, incluso. Sí, pero el diablo se esconde en los detalles. Se dice que el fumador multiplica las posibilidades de contraer cáncer de pulmón, que es la enfermedad más comúnmente asociada al tabaco. Es decir, que compra más números en la siniestra lotería cancerígena. Por tanto, cuando se dice que el tabaco acorta la vida, el fumador entiende que es una cuestión estadística: a algunos les toca y a otros no, y los primeros reducen la esperanza de vida estadística de todos los demás. Mentira. El tabaco acorta la vida SIEMPRE - ¡entre 10 y 20 años! - porque deteriora irreparablemente las arterias y el corazón, una enfermedad derivada del tabaquismo de la que se habla demasiado poco. Al fumador que sea verdaderamente consciente de estos peligros no queda mucho que decirle. Que mire a su alrededor quizás. A lo mejor es el último y todavía no se ha dado cuenta.  

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