lunes, 17 de julio de 2017

ORGULLO HISPÁNICO (09/07/2017)

No hay mejor antídoto para una crisis de identidad española que darse una vuelta por el Museo del Prado. Miles de visitantes de todo el mundo recorren cada día las galerías del templo madrileño de la pintura con cara de asombro. Los comprendo perfectamente. Si yo mismo no fuera español, estaría enamorado de mi país hasta las trancas. 
Algo así le ocurrió a Archer Milton Huntington, heredero de una de las mayores fortunas de Norteamérica, cuando viajó a España por primera vez. Corría el año 1892 y el joven Huntington comprendió que la cultura española y sus bellas artes le interesaban mucho más que los astilleros y las compañías ferroviarias que había fundado su padre. Aprendió nuestro idioma, compuso versos con él e inició una colección de obras de arte, libros y objetos vinculados a la cultura española que culminó en 1904 con la fundación de la Hispanic Society of America. Su determinación era tal que no le importó la coyuntura política desfavorable: tan solo seis años antes, España y los Estados Unidos habían librado una guerra en Cuba y Filipinas. Muy desigual, pero guerra al fin y al cabo. En una muestra de humildad que revela su condición de sincero enamorado, no bautizó a la institución con su nombre, como hacían todos los millonarios filántropos de su época. La llamó Sociedad Hispánica y por la extraordinaria variedad de su colección – desde piezas arqueológicas a pinturas del Siglo de Oro, incluyendo una formidable biblioteca – y el amplísimo rango temporal que abarca – desde el Paleolítico hasta el siglo XX – creó un recorrido cultural de lo español único en el mundo. 
Las obras de reforma de su imponente sede neoyorkina han sido el incentivo para que más de 200 piezas de su colección hayan cruzado el Atlántico para exponerse en el Museo del Prado. La delicada hebilla del cinturón que ajustó la prenda de un visigodo. La lámpara romana decorada con la representación del Dios del Pan que iluminó una villa en Itálica (Sevilla). Un busto relicario de Juan de Juni de mirada acongojante. Las instrucciones manuscritas que Carlos V dejó a su hijo Felipe II para el buen gobierno de sus reinos… “Tesoros de la Hispanic Society of America” es una exposición entretenidísima, porque cada una de sus salas guarda una sorpresa inesperada. Sorpresas con poso histórico y una calidad artística extraordinaria que le reconcilian a uno con su ser español, hispánico y hasta criollo. ¡Y en el mismo corazón del Museo del Prado! Cuando se llega a la altura de los dos sevillanos universales, Velázquez y Murillo, cualquier resquemor territorial de los que se incuban en esta España ingrata ya nos parece una locura. Desde lo alto de su lienzo, la duquesa de Alba señala unas palabras trazadas en la arena: Solo Goya. El orgullo aragonés nos rebosa. 
Abandonamos el museo y el azar propicia un encuentro insólito. Josep Borrell, en mangas de camisa y con gesto juvenil, entra en el vagón de metro que ocupamos. Le reconozco inmediatamente y él me sostiene la mirada algo desafiante con una levísima sonrisa que parece decir: “¿Qué se creía usted, que un ex ministro no podía coger el metro?” Tengo muy recientes sus brillantes encontronazos con Oriol Junqueras, presunto cerebro gris del separatismo catalán, y me siento tentado a gritar: “¡Un ex ministro catalán que viaja en metro! ¡Este país aún tiene porvenir!” Por suerte, la cordura se impone a la exaltación española que me embarga y guardo silencio. Borrell salta del vagón en la estación de Sol y se pierde entre la multitud.  

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