miércoles, 15 de noviembre de 2017

HEARST CASTLE (12/11/2017)

Orson Welles tenía la increíble edad de 25 años cuando concibió una de las películas más influyentes de la historia. En 1941, “Ciudadano Kane” supuso una revolución estética, pero el jovencísimo director supo llegar mucho más allá. Aunque el protagonista de la historia, Charles Foster Kane, estaba descaradamente inspirado en el magnate de la prensa William Randolph Hearst, una de las figuras más conocidas de la sociedad norteamericana del momento, Welles rodeó al personaje de un aura de misterio que fue el complemento perfecto al uso de un lenguaje cinematográfico innovador. 
Al conocer el proyecto, Hearst entró en cólera. Hacía falta un valor rayano en la locura para enfadar a uno de los individuos más poderosos del país, y Welles, que tenía entonces una prometedora carrera artística por delante, se la jugó. Lo mismo que George J. Schaefer, que arriesgó la supervivencia de RKO Pictures al enfrentarse al grupo mediático más grande e influyente que quizá haya existido nunca en ningún país del mundo. Pese a todo, Hearst no pudo impedir el estreno de “Ciudadano Kane”. La película fracasó, pero su reestreno en Estados Unidos en 1956 tras la muerte del magnate y la influencia de la crítica francesa hicieron que el prestigio de la obra aumentara año a año, de forma imparable. El crítico Roger Ebert fue tajante: “Está decidido. Ciudadano Kane es, oficialmente, la mejor película de la historia”. 
Para presentar a William Randolph Hearst en Norteamérica, todo este preámbulo cinematográfico hubiera sido innecesario. Mientras que en Europa el ficticio Kane es un referente cultural y Hearst casi un desconocido, en los Estados Unidos el magnate de la prensa continúa siendo un personaje histórico legendario. Acumuló tanto poder que nadie que aspirara a una magistratura importante en su país, incluyendo al mismísimo presidente, podía prescindir del veredicto favorable de sus centenares de periódicos. El legado empresarial de Hearst sigue vivo, cien años después. Tras la crisis que le obligó a liquidar gran parte de su imperio, sus herederos lograron recomponer el conglomerado mediático que ha subsistido hasta hoy. Pero más allá de sus empresas, Hearst legó para las generaciones futuras algo mucho más personal: su colección de arte, que acumuló durante décadas de forma casi compulsiva, trayendo desde Europa toda la belleza en forma de pinturas, tapices, techos, armaduras y hasta monasterios enteros, que su inmensa fortuna pudo comprar. La colección fue liquidada pero una parte muy representativa, el Hearst Castle, la extravagante y fastuosa mansión que se hizo construir en San Simeón, fue a parar al Estado de California. Hoy es un parque nacional con más de medio millón de visitantes al año que se extasían en sus más de 160 habitaciones repletas de obras de arte de toda procedencia, algunas de ellas aragonesas: entre otras, el techo de la sala de billar procede de Barbastro y el del dormitorio de Hearst perteneció a un palacio turolense. 
Los más cinéfilos ya lo habrán adivinado: San Simeón es el Xanadu de Charles Foster Kane, su alter ego cinematográfico. Como el personaje de Welles, es muy probable que lo más auténtico de su personalidad se refugiase allí, cerca de los objetos que despertaron su pasión. Por eso es un retrato tan certero de su creador: apasionado, excéntrico, excesivo, ostentoso y sensible. Quizá también el retrato de todo un país, que lo considera su “castillo” más importante. Si se acercan a California, Hearst Castle es una visita obligada.        

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