sábado, 18 de abril de 2009

BASURA (17/04/2009)

La cajera va a introducir mi panecillo y mi caja de quesitos en una bolsa de plástico. “No hace falta, muchas gracias” No quiero que se moleste. Ella sólo pretendía facilitarme las cosas y hacer bien su trabajo. Podría intentar explicarle los motivos de mi comportamiento pero no lo hago: la cola de un supermercado es el lugar menos indicado del mundo para hacer discursos o ganar adeptos para alguna causa. Esta vez, un vertedero sería más apropiado. En Europa occidental, cada persona produce 500 kilos de basura doméstica, cada año. ¿Se imaginan un montón de basura de 500 kilos, feo, maloliente, insalubre, en la puerta de su casa? Puede que nuestra evolucionada sociedad haya puesto en marcha un sistema de recogida lo bastante eficiente como para quitarla de nuestra vista de la noche a la mañana. Muchos países en el mundo no pueden decir lo mismo. Sin embargo, la eficacia occidental no llega mucho más allá. Se queda en el vertedero. La basura seguirá allí, descomponiéndose y liberando metano a la atmósfera, un gas causante del efecto invernadero y del cambio climático. No se trata de convertirse en ecologista, dejarse el pelo largo o salir en pelotas a la calle con cualquier excusa. El sentido común aconseja reducir la cantidad de basura que lanzamos al mundo. Muchas de las medidas necesarias para conseguirlo están fuera de nuestro alcance, eso es cierto. Pero no todas. Por comodidad o por desidia muchas veces no hacemos lo suficiente. Reciclemos. Ahorremos recursos. Reutilizar una bolsa de plástico puede parecer un gesto insignificante, pero no lo es. Multipliquen y verán: 3000 lectores, 2 bolsas por semana, 52 semanas: aquí, en familia, podemos ahorrar 312.000 bolsas en un sólo año. Juro que me pongo a ello.

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