viernes, 12 de junio de 2009

DENTISTAS (12/06/2009)

La consulta de mi dentista es un pasillo circular lleno de puertas, que parece un laberinto. Cada puerta conduce a una cabina, con un gran sillón reclinado, lámparas y misteriosos brazos articulados. “Cabina tres, por favor” Mientras avanzo, tengo la delicadeza de mirar al frente. Contemplar lo que ocurra tras las otras puertas no va a aportar nada positivo a mi vida, presente o futura. No se oyen gritos ni lamentos. El zumbido de un torno, de vez en cuando. Parecería un taller de chapa y pintura futurista, sin grasa y sin calendarios pornográficos. Estoy solo, tumbado con la inclinación de un astronauta a punto de despegar, y la mirada fija buscando formas caprichosas en los reflejos de la lámpara que pende sobre mi cabeza, como un inmenso ojo. Ahora suena “Ticket to ride” en versión filarmónica. Chico, qué relax. Si no fueran a meterme un taladro por la boca en cualquier momento, casi podría dormirme. Oigo ruido de zuecos, fru-fru de batas. Llega la estrella, rodeada de un séquito de enfermeras. Mi dentista es como Kasparov jugando unas partidas simultáneas: salta de cabina en cabina matando caries y desfaciendo entuertos dentales. Aquí pincho, vuelvo en cinco minutos y te meto el torno. Y además, simpático. ¿Cómo puede acordarse de mi, si sólo me ve cinco minutos cada cinco años? “¿Duele? Ngrrr” La anestesia me provoca un ataque de pequeñez y me sorprendo preguntándome si mi aportación a la sociedad vale para algo. Este hombre si que aprovechó el colegio. Al fin, la paz. Vaya pedazo de empaste se ha sacado el tío, prácticamente de la nada. Como una escultura de Henry Moore. Mientras saco la tarjeta de plástico, mi autoestima va despertando, poco a poco. Mañana pienso celebrarlo. Me comeré un filete y brindaré por él. Larga vida a los dentistas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario