viernes, 26 de junio de 2009

CONTRASEÑA, POR FAVOR (26/06/2009)

Al principio, hay que reconocer que tenía gracia. De pronto, todos teníamos contraseña - password para los entendidos- como si fuéramos agentes secretos. Además, la informática era democrática e igualitaria: ya fueras el gobernador del Banco de España o un estudiante del montón, el ordenador seguía el protocolo insobornablemente: contraseña, por favor. Luego las cosas se fueron complicando. Los ordenadores, los programas, las páginas web, empezaron a pedir contraseñas indiscriminadamente: de un determinado número de letras, conteniendo un número, una mayúscula, un nombre de usuario. ¿Y los móviles? ¿Y las tarjetas bancarias? Más contraseñas, más números pines, el acabóse. Y llegaron las amenazas: “El número pin no es correcto. Le quedan dos intentos” Las recomendaciones de los expertos en seguridad: “No lleve nunca en la cartera sus contraseñas. En cuanto lea este número destruya este papel.” No nos engañemos. En los tiempos que corren, si alguien es capaz de tener contraseñas y pines diferentes para cada cosa, y encima recordar el número de móvil de su pareja – pregunta fatídica que ha sustituido a la clásica ¿de qué color son mis ojos? - es que se ha equivocado de oficio: debería haber montado un espectáculo de variedades memorizando guías telefónicas u opositar a notarías. Al final todos dependemos, más o menos, de una contraseña y un número pin, que repetimos una y otra vez. Nuestra cabeza no da para más. En mi caso, si alguien los descubriera, podría pasearse por mi vida financiera, personal y sentimental, sin demasiados problemas. Ya se lo que están pensando, pero se equivocan. ¿hombredelfaro? Cómo va a ser esa mi contraseña... Que no soy tan tonto, hombre. No me miren así. De verdad que no. Lo juro. Glub.

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