sábado, 29 de agosto de 2009

ISIDRO (28/08/2009)

Nadie quiere llamarse Isidro. A esa amarga conclusión han llegado en la Hermandad de San Isidro de Alcaucín, después de ofrecer 500 euros a los padres que inscriban a su retoño en el Registro Civil con el nombre del santo labrador. Un sólo Isidro en año y medio. Me temo que, o surge un futbolista galáctico o un cantante internacional llamado Isidro –parece poco probable-, o el nombre se va a quedar para sinónimo de fiesta madrileña. Porque no nos engañemos. Aunque la mayoría de los padres dicen elegir el nombre de sus hijos simplemente porque les gusta, o porque “suena bien”, detrás de esa elección siempre está la identificación de ese nombre con una persona a la que admiran o que se asocia a valores positivos: belleza, éxito o simpatía. Si alguien se plantea llamar a su hijo Isidro, inmediatamente lo visualiza como un viejo prematuro a lo Benjamin Button, vestido de chulapo madrileño y tocando el organillo. Y abandona la idea, claro. Uno preferiría relacionar a su hijo con alguien, digamos, más glamouroso. El reglamento del Código Civil se ha ido adaptando poco a poco a los nuevos tiempos. Aunque sigue prohibiendo aquellos nombres extravagantes o que resulten contrarios al decoro de la persona, sus intérpretes han ido abriendo la mano. Proliferan las Jennifers, Jessicas, Jonathans y Kevins, volviendo locos a los ortógrafos del mundo entero. Ana puede ser Anna. Se acepta Mariposa y Brisa. 2000 años después, se sigue prohibiendo Judas. Saturnino o Eustaquia no están prohibidos, pero quizás deberían estarlo: con ese nombre, o eres un genio o no levantas cabeza en toda tu vida... Bromas aparte, una cosa es segura. Como traer hijos al mundo es una hazaña reservada para los más valientes, creo que los padres se han ganado un derecho indiscutible: elegir para sus hijos el nombre que les apetezca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario