viernes, 12 de noviembre de 2010

MONTAUBAN (12/11/2010)

Los ex-presidentes del gobierno no suelen emplear citas de personajes históricos. Ellos son personajes históricos. Todo lo más, llegan a decir “un día, Henry Kissinger me cogió del brazo y me dijo...” o “estábamos Clinton, Havel y yo cuando...” Felipe González, en la entrevista que publicó El País el domingo pasado, sólo citó a Manuel Azaña. Y por dos veces. El recuerdo es oportuno, al cumplirse el setenta aniversario de la muerte del último Presidente de la República española. Como a este humilde columnista no suelen pedirle entrevistas los diarios de gran tirada, busqué otra forma de rendir homenaje a Don Manuel. Cogí el coche, crucé esa barrera cuasi-himaláyica que separa abismalmente Aragón del sur de Francia, y llegué hasta la habitación 101 del Hotel Mercure (antiguo du Midi), rue de Notre Dame 12, Montauban, donde el gran hombre dio el último suspiro. ¿Mitomanía? No tanta. La Association Présence de Manuel Azaña, con sede en la pequeña ciudad francesa, organizaba por quinto año consecutivo unas jornadas de homenaje. Conferencias de los mejores especialistas, música, teatro y un emotivo acto en el cementerio urbano de Montauban, donde está enterrado el político alcalaíno. “Que me dejen donde caiga y si alguien cree que mis ideas pueden ser útiles que las difunda” En Montauban, por obra de un puñado de descendientes de exiliados republicanos y de otros franceses cautivados por sus ideas, se ha cumplido la voluntad de un español irrepetible. En la península vamos algo más despacio. Me he propuesto conseguir que Zaragoza, que tiene calles dedicadas a películas de cine o a personajes tan señeros como Super Mario Bros, le dedique a él otra. Con esa intención, he enviado al alcalde una afectuosa carta con el regalo de un libro de Azaña. No he tenido respuesta, pero no pierdo la esperanza.

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