martes, 30 de noviembre de 2010

PRÍNCIPES (19/11/2010)

En Inglaterra, algunos se preguntan si sabe dónde se está metiendo. A la vista de los precedentes, la reflexión parece oportuna. Kate Middleton, la última plebeya en anunciar su compromiso matrimonial con un miembro de la Casa Real británica, ha debido tener muy presente los casos de Sarah Ferguson, Sophie Rhys-Jones y, sobre todos, el de la madre de su futuro marido, la malograda Diana Spencer. A ellas, entrar en la familia más aristocrática del mundo, no sólo les obligó a renunciar a la intimidad y a la carrera profesional; también puso en grave peligro su estabilidad mental. Aseguran que esta vez es diferente. Kate Middleton es una mujer moderna, preparada, y su relación sentimental con el Príncipe Guillermo dura ya 8 años, con altibajos y rupturas incluidos. No le ha faltado tiempo para pensar. Si en esto consiste la modernización de la institución monárquica, en procurar que las princesas consortes no pierdan la razón, bienvenida sea. Creo que el caso español es menos complicado. Por razones históricas y por su buen juicio, nuestra Familia Real está más pegada a la tierra, es más consciente de estar al servicio del país, y no al revés. A pesar de ello, no envidio su destino. Vivir en un palacio de muchos metros cuadrados y tener el futuro económico asegurado, no puede compensar la esclavitud de un oficio a menudo ingrato, que reduce la parcela de lo personal a niveles tan minúsculos, que parecen incompatibles con la felicidad. No soy un buen monárquico, me temo. Creo que por encima de la institución y sus tradiciones, está la misión que la monarquía debe cumplir: simbolizar la unidad, practicar la diplomacia más personal, los buenos oficios, “ser” España. Por eso admiro a “esta” Familia Real. Porque saben hacer muy bien su trabajo. Estarán de acuerdo que, viniendo de un azañista, el piropo no está nada mal.

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