viernes, 25 de febrero de 2011

23-F (25/02/2011)

El 23-F ya es historia. Años atrás, las imágenes del teniente coronel Tejero entrando en el Congreso, pistola en mano y precedido por sus enormes bigotes, rara vez se mostraban en su integridad. Durante las tres últimas décadas, hubo aniversarios en los que el asunto se despachaba en el telediario con un resumen apresurado, como si hubiera que esconder el último golpe de Estado bajo la polvorienta alfombra de la historia. Ciertamente, la opereta que se representó en el Congreso de los Diputados durante aquella fatídica noche de febrero, no era algo para sentirse orgulloso. Con los años, los protagonistas del suceso han ido envejeciendo, muriendo y olvidando. La gallardía de Suárez y Gutiérrez Mellado, la insultante juventud de Felipe González o el vulcanismo de Manuel Fraga han pasado, por ley de vida, a engrosar las hemerotecas. De pronto, los españoles, sacudida la vergüenza, nos hemos lanzado a recordar y recrear los acontecimientos hasta en sus más pequeños detalles. Se han hecho películas, series de televisión, han salido a la luz actas, conversaciones telefónicas, e incluso las facturas de los guardias civiles golpistas en la cafetería del Congreso; al parecer, Tejero y sus muchachos se bebieron hasta el agua de los floreros. Como si la cosa no fuera con nosotros. En gran medida, es verdad: las fuerzas armadas de hoy no tienen nada que ver con las de entonces, la clase política, la sociedad, todos hemos cambiado, y para bien. Solo echo de menos, en toda esta saludable exaltación democrática, una pizca de autocrítica. En los meses previos al golpe, en la operación de acoso y derribo al presidente Suárez, sociedad civil, partidos políticos y Casa Real no estuvieron a la altura. Sin quererlo, por falta de experiencia democrática, alentaron a los golpistas. Una parte poco recordada de la historia. Hagamos el esfuerzo de no olvidarla.

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