jueves, 4 de agosto de 2011

TELEVISIÓN (29/07/2011)

Los programadores de televisión suelen ser tipos inteligentes: después de dos horas de Tour de Francia, cuando un servidor tiene ya el trasero insensibilizado y comienza a pensar en dedicar la tarde a algo más productivo, pinchan precipitadamente una película para intentar retenernos un poco más. Ed Harris, Cuba Gooding Jr… vaya, esto no parece el clásico telefilm americano “chica moderna conoce a hombre perfecto que acaba siendo más malo que la quina” ¿Qué clase de película polvorienta de videoclub barato puede programarse un sábado por la tarde? Pellizco mi trasero un par de veces para devolverle a la vida y me dispongo a averiguarlo. Resulta que el personaje de Ed Harris, el calvo más creíble desde Sean Connery, es un exitoso entrenador colegial de fútbol americano. Un día se acerca al campo de entrenamiento un joven negro, retrasado mental – Cuba Gooding Jr. – que es objeto de las burlas de los blanquísimos jugadores del equipo. El entrenador sale en su defensa y durante media película espero ansioso la inevitable escena en que la pelota con forma de melón caiga a los pies del infeliz, para que éste ejecute un pase de muchas yardas que deje a todos boquiabiertos. Espero en vano. El negro no dejará de ser negro, retrasado mental y torpe. ¿Dónde está la gracia entonces? En un espectáculo sencillo y grandioso a la vez, mucho más emocionante que ganar la liga en el último segundo: el de la generosidad. El entrenador ayuda al desdichado joven, lo acoge, le da afecto, sin esperar nada a cambio. El talento esquiva a la sensiblería y la película resulta inesperadamente redonda. No reniego de los asesinos en serie, los fenómenos paranormales o las invasiones extraterrestres. Simplemente, reivindico la generosidad como espectáculo. Porque, a veces, los programadores de televisión pueden ser tipos poco inteligentes.

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