viernes, 16 de marzo de 2012

PAPEL (16/03/2011)

A estas alturas habrán leído la noticia cuarenta veces: la enciclopedia británica, ese mastodonte cultural en lengua inglesa, deja de publicarse en papel y ya solo estará disponible en versión digital. Es comprensible que todos los medios de comunicación, en especial los impresos en pasta de papel, se hayan hecho profuso eco de la noticia. Cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar, dice el refrán. Si una publicación fundada hace 243 años debe doblar la cerviz y humillarse ante el despotismo digital, significa que la cosa va muy en serio. Para evitar dolorosas comparaciones, algunos dirán que los 32 tomos de la enciclopedia británica eran una obra de consulta, no de lectura, y que lo digital ha venido a resolver una serie de problemas específicos del mamotreto, que no plantean otras publicaciones. A saber, un problema de peso – manejar con soltura uno de aquellos volúmenes exigía una musculación hercúlea -, un problema de espacio – a partir de ahora quedan libres kilómetros de estanterías para colocar sobre ellas pequeñas figuras de porcelana, “rcdos. de...” y trofeos deportivos -, y un problema ecológico – para publicar cada nueva edición de la enciclopedia había que talar media selva de la Amazonía. Argumentos válidos, pero que no pueden ocultar la cruda realidad: nos estamos acercando al final de la era del papel como soporte principal del conocimiento; una verdadera revolución de la que no tenemos perspectiva suficiente - la tendrán nuestros nietos - para valorar todas sus implicaciones. La industria periodística, desde la que les hablo, hace tiempo que vio las orejas al lobo. La editorial acaba de despertar de un plácido sueño con olor a celulosa, y últimamente no pega ojo. Personalmente, hace tiempo que tomé medidas. Me hice construir un faro virtual.

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