viernes, 25 de mayo de 2012

GIBRALTAR (25/05/2012)


Durante mis largos años de aprendiz de diplomático, recité muchas veces la lista de las líneas maestras de la política exterior española: Europa, Iberoamérica, China, mundo árabe, americanos del norte y aliados de la OTAN... y Gibraltar. Resumiendo, buen rollito y relaciones amistosas y de cooperación con todo quisqui, menos con los del Peñón. En la recuperación de Gibraltar, esa minúscula extensión de 6 kilómetros cuadrados que los británicos consiguieron arteramente en el Tratado de Utrecht de 1713, empeñamos los españoles todo el ardor guerrero y los afanes de reconquista que nos quedan. Que, por suerte, no son muchos. En realidad, en lugar de recuperación, la diplomacia hispana habla de retrocesión, que es una forma fina de dar a entender que tampoco estamos dispuestos a emprenderla a cañonazos por el asunto, y que más bien aspiramos a que nos lo devuelvan, así, por las buenas. Los británicos contestan educadamente: “oranges from China”, y así llevamos casi 300 años. El conflicto gibraltareño es una de esas cosas que uno no entiende cuando es joven, y confía en llegar a entender cuando se haga mayor; sin embargo, pasan los años, y un asunto menor al que se le da una importancia desproporcionada sigue siendo... pues eso, algo que no merecería figurar en la lista de prioridades de la política exterior, ni enturbiar nuestras relaciones con el Reino Unido de la Gran Bretaña. En estos días, un conflicto pesquero con las autoridades del Peñón ha vuelto a tensar las relaciones entre los dos países, hasta llegar a provocar la cancelación de un viaje de la Reina Sofía a Londres. Medida impolítica, desproporcionada y poco práctica, en mi opinión. Después de todo, en diplomacia española, nunca pasé de aprendiz.

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