viernes, 27 de julio de 2012

ORGULLO PATRIO (27/07/2012)


Nunca había visto tantas banderas españolas colgadas en los balcones. No está claro si han quedado allí olvidadas después de la euforia futbolera de la Eurocopa, humilladas como los adornos de navidad en pleno verano, o si sus propietarios las han dejado con la esperanza de celebrar alguna medalla olímpica o para contribuir a rebajar la prima de riesgo demostrando a los mercados que España no se rinde. No parece probable que un analista de riesgos de deuda soberana se dé una vuelta por mi barrio, pero cosas más raras se han visto. En estos días, la contemplación de los símbolos patrios despierta en mí sentimientos contradictorios. En primer lugar, alegría, al comprobar que aún existen conciudadanos que celebran pertenecer a esa comunidad llamada España, por encima de diferencias políticas y regionales. Me siento español por muchas razones, racionales y emocionales. A lo mejor, también, porque no puedo ser otra cosa. En todo caso, no me apetece renunciar a ser parte de ese pequeño grupo de 46 millones de personas – el 0,67% de la población mundial – que hablan mi misma lengua y a quienes no tengo que explicar demasiado quién era Gregorio Peces-Barba (q.e.p.d.) o que “pecadorrr” es el grito de guerra de un humorista llamado Chiquito de la Calzada. Sin embargo, al ver las banderas rojigualdas en estos tiempos de crisis apocalíptica, cuando el mundo entero mira a España con desconfianza, tampoco puedo evitar un ataque de melancolía. Para solucionar nuestros problemas se habla de revolución, de más Cataluña, de más Europa. Casi nadie habla de cerrar filas, de no ceder al particularismo, de ser España. Solemos olvidar que para el resto del mundo no somos socialistas, populares, funcionarios o catalanes. Somos simplemente españoles. Que no tengamos que caer en el precipicio para recordarlo.

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