domingo, 7 de diciembre de 2014

INSUMERGIBLES (31/10/2014)

En tiempos de bonanza económica abundaban las entidades que se creían insumergibles. Con la agudeza propia del armador del Titanic, sus gestores pensaban que era posible gastar ilimitadamente, porque la estructura del barco lo aguantaría todo antes de hundirse. Tómese, por ejemplo, los clubs de fútbol. Hasta hace poco se pensaba que eran eternos, porque representaban a una ciudad y debían ser sostenidos, perdonadas sus deudas y reflotados, cada vez que el presidente de turno los llevase al borde del abismo. Que se lo digan ahora a la Unión Deportiva Salamanca, club fundado en 1923 y disuelto por resolución judicial el año pasado. Las cajas de ahorros son otro buen ejemplo. Casi 40 entidades financieras de este tipo han desaparecido en los últimos años, víctimas de fusiones y liquidaciones. En este caso, en lugar de fichar a jugadores carísimos que nunca marcaban goles, muchos de sus directivos se dedicaban a proveerse de planes de pensiones millonarios, de tarjetas black, o a otorgar créditos de dudosísimo cobro que han llevado a estas bienintencionadas instituciones a la ruina caracolera. La lista de las compañías presuntamente insumergibles continuaba con las aerolíneas de bandera, las televisiones públicas, los astilleros... Todas compartían la misma falsa creencia: que alguna administración pública acudiría siempre a lanzarles un salvavidas cuando el agua les llegara al cuello. No puede haber un concepto más nefasto para la gestión de una empresa ni más apropiado para atraer a gestores corruptos. El estado, lo público, son los únicos entes verdaderamente insumergibles, y de la manera de gobernarlos depende la categoría de un país. De primera división, o de tercera. Es responsabilidad fundamental de los políticos, pero también de los ciudadanos. Para algo existen las elecciones cada cuatro años.

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