viernes, 10 de julio de 2015

EL FALSO QUIJOTE (10/07/2015)

El ladrón se llamaba Alonso Fernández de Avellaneda y, al igual que la obra literaria que se atrevió a usurpar, ha pasado a la posteridad como paradigma de lo insuperable: el pirata intelectual más grande de todos los tiempos.  Avellaneda - o como quiera que se llamase, porque resistió a la vanidad de emplear su verdadero nombre – no se limitó a reproducir sin permiso del autor la novela más exitosa de su tiempo. Ni siquiera la plagió. Lo que hizo fue escribir y publicar una segunda parte, con los mismos personajes, retomando el relato en el mismo lugar donde lo había dejado la primera, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, compuesta por un tal Miguel de Cervantes. El disgusto del alcalaíno al enterarse debió ser mayúsculo. Corría el año del Señor de 1614 y Cervantes se encontraba algo atascado con la segunda parte de las aventuras del personaje que le había dado fama, cuando llegó a sus oídos que en una imprenta de Tarragona se había publicado… ¡el libro que él estaba escribiendo! La puñalada no podía ser más trapera y, con buen olfato, sospechó de Lope de Vega, su gran enemigo. Para mayor escarnio, esta obra maestra de la felonía, este falso Quijote, estaba muy bien escrito. Para un Cervantes en la ancianidad aquello parecía la estocada definitiva. Sin embargo, la jugada les salió mal a Avellaneda y a sus turbios inductores. Con la aparición del falso caballero desaparecieron las dudas de su verdadero creador, la pluma cervantina voló, y al año siguiente, en 1615, se publicó la segunda parte del auténtico Don Quijote. Hoy se conmemora el cuarto centenario de su aparición. Irónicamente, gracias a su suplantador, el caballero andante pudo morir en la cama y alcanzar la definitiva inmortalidad. Miguel de Cervantes le seguiría pocos meses después. Se había ganado el descanso para toda la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario