Esta es la crónica
de un fracaso anunciado y a Artur Mas le faltan muchos mimbres para ser el
héroe legendario que cae derrotado luchando hasta el final, bandera en mano. Al
fracaso de Mas le faltará gloria y le sobrarán reproches. El más importante de
todos, el haber arrastrado al pueblo catalán, tanto a partidarios como a
detractores, a una situación límite en la que la perspectiva de saltarse la ley
pondrá en peligro la estabilidad y la convivencia. El conglomerado
independentista perderá las elecciones autonómicas del 27 de septiembre. Esta
predicción descansa, en primer lugar, en la soberana insensatez que supone
levantar nuevas fronteras en Europa, cuando todo – lo político, lo social, lo
económico, lo tecnológico y hasta lo filosófico – camina exactamente en la
dirección contraria. Pero también han aparecido recientemente tres argumentos
muy poderosos para justificarla. Convergència i Unió ha saltado por los aires.
A Duran i Lleida no le ha quedado otra que hacer las maletas y regresar al
nacionalismo moderado y conservador de donde nunca quiso salir. El resultado es
que muchos antiguos votantes de CiU, que reniegan del extravío soberanista y de
la mezcla con partidos de izquierda, ya tienen a quien votar. Luego está
Ciutadans de Catalunya, formación en alza que ha hecho de la pérdida del
complejo españolista una marca de la casa. Y por último, la recuperación
económica, que se confirma mes a mes y que pone cada vez más difícil al President
culpar al estado español de todos los males. A esta conjura de circunstancias
adversas, Mas opone una lista única que es un homenaje a la confusión y a la
incertidumbre: políticos, civiles que aspiran a ser políticos y entrenadores de
fútbol expatriados. Esta es la crónica de un fracaso anunciado. Y solo veo
perdedores en el horizonte.
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