Las modas en el
vestir son uno de los fenómenos más reveladores de la complejidad de la
condición humana. Desde la noche de los tiempos, individuos de todas las
culturas han cubierto sus anatomías con una infinita variedad de materiales,
formas y colores, en función de unos códigos sociales también infinitos que
hablan de estatus, poder, sexo, oficio... ¡Y lo más sorprendente es que nacen
espontáneamente! Cualquiera puede crear una forma de vestir pero nadie, ni
siquiera los llamados creadores de tendencias, puede crear una moda. Es un
mecanismo que nace democráticamente – es la suma de individuos la que convierte
un gusto en moda – para convertirse en una tiranía – nacida la moda, oponerse a
ella puede acarrear dificultades de adaptación. Bueno, vayamos al grano, o
mejor, al moflete. Entre las jovencitas españolas se ha extendido la moda de
vestir unos pantalones cortos, cortísimos, que en las más aguerridas llega a
enseñar el comienzo de la nalga. Lo que viene a llamarse popularmente “el
moflete”, como un préstamo que hacen los carrillos a las nalgas ante la
ausencia de un término mejor que las designe. Llegados a este punto, no sé muy
bien cómo seguir. Mi vocación de inquisidor es nula, se lo aseguro. Lo que
ocurre es que, por razones de edad, veo el asunto más como un padre que como
aquel jovenzuelo que un día fui, quien a buen seguro recibiría esta moda de los
“shorts” como una bendición. No me gustaría que mi hija los llevara, la verdad.
Y el motivo es bastante simple: el mundo es un lugar mucho menos civilizado de
lo que parece, en el que escasean los poetas y abundan los depredadores. La
adolescencia es una época maravillosa pero afortunadamente breve; en pocos años
regresan la sensatez a las seseras y los pantalones a una altura más razonable.
Sufridos padres: sean pacientes.
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